martes, 19 de junio de 2012

El origen del nombre de El Boalo






El Bóbalo versus El Boalo: 

contral bovalo tirando...(Marqués de Santillana 1398-1458)


El nombre actual de El Boalo deriva de otro más antiguo transformado por un fenómeno lingüístico muy conocido en la lengua castellana. En efecto, el primitivo nombre de la aldea originaria fue El Bóbalo (o El Bovalo, ya que la ortografía medieval no distingue los resultados de “b” y “v” en posición intervocálica, por lo que ambas se suelen escribir como “v” en la Edad Media -tampoco preocupaban las tildes-). Esta designación literal del pueblo aparece en mapas y documentos hasta bien entrado el siglo XVIII. Con ese nombre lo cita también, en el siglo XV, el Marqués de Santillana en su Serranilla IV “Menga de Mançanares”. El paso de bobalo a boalo es el resultado de un fenómeno lingüístico conocido en la lengua castellana: la falta de pronunciación del sonido de la “b” o “v” intervocálica en la lengua hablada vulgar. Esta falta de pronunciación, practicada popularmente de forma continuada en el tiempo, acaba por modificar la expresión escrita culta, ya que la escritura termina por recoger ese fenómeno mediante la perdida gráfica de la consonante que no se pronuncia al hablar: de modo que, en el presente caso, El Bóbalo acabó siendo El Boalo. Este fenómeno lingüístico es muy antiguo en la lengua castellana y tiene muchos ejemplos. Como más próximos, cabe citar: bobadilla-boadilla, bovalar-boalar, etc.


Etimológicamente, Bovalo, Bóbalo o Boalo viene de bovada (del latín bos bovis: buey, y bovata: lugar donde pastan los bueyes). Aunque su origen más próximo pudiera estar en el vocablo antiguo castellano aragonés bovaral, muy extendido en Aragón, Cataluña y Valencia (boalar es un topónimo frecuente en aquellas tierras). Esta palabra hace referencia al entorno, al territorio. Bovalar, bovalo, boalar y dehesa, son términos equivalentes a ‘monte ahuecado’. Se trata de espacios forestales caracterizados por su multifuncionalidad. Son tierras agrosilvopastoriles, es decir, en las que se puede introducir cultivos (agro), actividades forestales como obtención de leña o madera (silvo) y servir sus pastos como alimento para el ganado (pastoriles). Se les llama ‘monte ahuecado’ porque los seres humanos han talado un porcentaje de los árboles del bosque original para rebajar la densidad de pies arbóreos, con lo que el tránsito por el interior del monte es relativamente asequible. Los boalares -dehesas boyales- suelen tener menor dimensión que las dehesas comunes y se dedican preferentemente al ganado mayor (vacas) y al ganado de labor (bueyes, caballos, mulos…). Por consiguiente, el nombre de El Bovalo, El Bóbalo o El Boalo respondería al tipo de entorno o espacio primitivo de la zona, como monte abierto y lugar de pasto de ganado vacuno.


Sin embargo, otros investigadores sostienen que, en sentido figurado, bovada alude a aqua bovata que se traduce por “agua estancada”, equivalente al latino buda: “terreno pantanoso” o zona húmeda en la que existen pequeñas lagunas o charcas. De hecho, en Castilla y León hay algunos pueblos que comparten el nombre de Boada y en su entorno presentan humedales de ese tipo. En este sentido, a la entrada de El Boalo, en los terrenos en que ahora se levanta la urbanización La Dehesa, hubo una gran charca, hoy desecada. Incluso en el pueblo existe la calle Charcón. Y los catastros y diccionarios nos cuentan que las fiebres eran enfermedad común en la zona: “tercianas que regularmente salen a mediados de agosto, y las más se terminan en cuartanas y ésta reina todo el invierno”. En alusión al paludismo endémico, propio de zonas con aguas encharcadas donde el mosquito transmisor se reproduce con toda facilidad. ¿Podría referirse entonces el término bovalo a un lugar de aguas estancadas, con pequeñas charcas? En todo caso, esta segunda hipótesis si no es acertada está bien traída.


La primera cita documental de El Boalo que se conoce data del siglo XV. Aparece en un poema escrito por don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (1398-1458). Se sabe que don Iñigo compuso en sus años de juventud, entre 1423 y 1440,  sus diez conocidas Serranillas; que tienen como tema central el encuentro de un caballero con una pastora en medio de la montaña. Este encuentro es seguido por un requiebro de amores, que puede terminar en el rechazo por parte la pastora alegando desigualdad social, en la aceptación, o en una suspensión admirativa.


Don Iñigo era hijo del Almirante de Castilla Diego Hurtado de Mendoza. Fue gran poeta, literato y humanista y uno de los personajes más grandes de la corte de Juan II. Su abuelo Pedro González de Mendoza había sido nombrado por el rey Juan I de Castilla señor de la mitad del Real de Manzanares, en 1383. Don Pedro hizo mayorazgo del Señorío en 1384 y se lo dio a su hijo Diego, confirmando el rey Juan I de Castilla ese mayorazgo en 1385. Don Iñigo lo hereda de su padre. Posteriormente, Juan II da plena posesión del Real de Manzanares (al que pertenecía El Boalo) a don Iñigo López de Mendoza y le concede el título de Marqués de Santillana. El castillo nuevo de Manzanares el Real (del viejo sólo quedan restos y fue obra de don Diego Hurtado de Mendoza) se construyó por encargo de don Iñigo, aunque las obras no finalizaron en vida de éste, pues se prolongaron bastante, concluyéndolas su primogénito.




                                                                                                                                                                                                   


La cita de El Boalo a la que nos hemos referido antes figura en la segunda estrofa de la Serranilla IV, obra de poesía lírica menor compuesta por el Marqués de Santillana:


Serranilla IV
I

Por todos estos pinares
nin en el Val de la Gamella,
non ví serrana más bella
que Menga de Mançanares.
II
Desçendiendol yelmo á yusso,
contral bovalo tirando
en esse valle de susso,
ví serrana estar cantando:
saluéla, segunt es uso,
é dixe: "Serrana, estando
oyendo, yo non m'excuso
de façer lo que mandáres."
III
…..................................

Hoy todo el mundo está de acuerdo en que el “bovalo” que aparece en el texto es El Boalo. Y que el “yelmo” es la peña del Yelmo de la Pedriza del Manzanares. Pero hubo un tiempo que no fue así ya que, como en la Edad Media se ignoraba el uso de las mayúsculas y de las tildes, para los estudiosos es imposible, a veces, dilucidar el significado de muchas palabras que aparecen en las trovas medievales. Este es caso de la estrofa que no ocupa, donde yelmo y bovalo escritos con minúscula o mayúscula tienen significados diferentes. En el primer caso se entenderían referidos a nombres comunes: yelmo de una armadura y dehesa boyal; mientras que el segundo estarían referidos a nombres propios: Yelmo y Bovalo. El historiador Amador de los Ríos (1818-1878) no acertó a ver esa diferencia, de modo que interpretaba la estrofa del Marques de Santillana así: “Bajándome la visera del yelmo/ mientras me dirigía al bovalo/ en ese valle de arriba/ vi una serrana cantando….”. A comienzos el siglo XX los “guadarramistas” redescubren la Sierra y sus rincones. Bernaldo de Quiros recorre la Pedriza del Manzanares e identifica que Yelmo es el nombre primitivo de la peña del Diezmo, la cúspide más señera de la Pedriza. Con los nuevos datos se revisa la Serranilla IV  del Marqués de Santillana, ahora apoyados en la toponimia. Así, en 1915 Bernaldo de Quirós expone su tesis: “La serranilla nos conserva una antigua instantánea simplísima. El buen don Iñigo descendía del Yelmo, por el hueco de las Hoces, y, cruzando el río, dejando el puerto de Quebrantaherraduras a la izquierda, marchaba hacia El Boalo”. Esta interpretación es la que hoy prevalece, con lo que la estrofa del Marqués se leería así: 


Descendiendol Yelmo á yusso/ contral Bovalo tirando/ en esse valle de susso/ vi serrana cantando.


El viejo camino, casi olvidado, que conduce de El Boalo al interior de la Pedriza, atravesando la Sierra de los Porrones por el collado del Terrizo, a poniente del Quebrantaherraduras avala la tesis de Quirós. Precisamente, el Terrizo, hermoso mirador de la Pedriza,  sería el lugar donde, cabe suponer, el marqués se prendó de la vaquera, Menga de Manzanares.


En el siglo XVIII el nombre del pueblo lo encontramos escrito indistintamente como El Bóbalo y El Boalo. Así, en el índice de un mapa de aprovechamientos de la cuenca del río Manzanares, de 1724, figuran las citas “VIII: Presa y Cacera de Vecinos de Becerril y el Bobalo” y “XIX: Lugar del Bobalo”. En 1766 aparece como El Boalo en el mapa de Thomás López, dedicado a la provincia de Guadalajara (en esa época pertenecía a ella el Partido de Colmenar Viejo). En el Prontuario o Nomenclator de los pueblos del Reyno (España dividida en Provincias e Intendencias…), formado por mandato del Conde de Floridablanca y publicado en 1789, figura como Bóbalo (el).


Finalmente, en el siglo XIX el nombre de El Boalo se consolida, y así lo recoge la nueva división territorial por provincias organizada por Javier de Burgos (1833), pasando a pertenecer El Boalo desde entonces a la provincia de Madrid. El diccionario Madoz (1846-1850) corrobora dicha consolidación.

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