martes, 10 de julio de 2012


El BOALO EN EL RECUERDO: Los animales de trabajo


El Boalo: a la derecha, en la sombra, el potro de herrar


Transporte y tracción animal en El Boalo agrícola y ganadero de antaño.

Hasta comienzos de la década de los sesenta del siglo pasado, cuando empieza una nueva etapa para El Boalo -como para otros tantos pueblos de la Sierra-, con la llegada de veraneantes y el comienzo del turismo como principal fuente de ingresos de la zona, la localidad vivía ligada a una economía doméstica, basada en el sector primario -agricultura y ganadería- y con muy poca actividad industrial, salvo la derivada de la extracción de piedra proveniente de las canteras del término municipal.

El carácter rocoso y de piedemonte de los suelos de El Boalo propicia que el noventa por ciento de la superficie del término esté ocupada por montes y prados, con lo que la preeminencia de su uso antaño era para actividades forestales y ganaderas. De hecho las áreas más apreciadas eran los prados que dan hierba y los prados del monte que dan leña…. De ahí que la principal actividad y ocupación de los vecinos, y lo que les procuraba su sustento fuera la crianza y guarda de sus ganados. El diez por ciento restante lo componían las tierras de labor; en estos predios de secano se sembraba cereal (generalmente, centeno y algo de cebada, pues el trigo no se da bien en estos suelos pobres sometidos a climatología adversa) y algarrobas para el ganado. En las tierras más productivas, de regadío,  como Los Linares o las vegas del Samburiel, se sembraba centeno, cebada y algo de trigo “mesino” (este trigo, de ciclo corto, es el que corresponde a las regiones frías y con mucha nieve; se sembraba a partir de febrero, siembra de primavera, pues de otro modo las adversas condiciones de la climatología impiden prácticamente la germinación de la planta). Se contaba, asimismo, con algunos huertos a orillas de los arroyos y ríos de la zona, que proporcionaban hortalizas y verduras para el consumo familiar.


Prados de El Boalo

Antaño, antes de que la red de carreteras se modernizara y la motorización se expandiera, en ese tipo de economías de subsistencia jugaron un papel muy importante los animales de trabajo necesarios para el transporte de personas y cargas, así como también para el tiro de los aperos del campo. La utilización más inmediata de las bestias de trabajo se efectúa de dos maneras: como animal de carga (carga dispuesta directamente encima de los animales o con elementos fijos a él, como las alforjas); y como animal de monta (montando sobre su lomo, con montura o sin ella). En la Sierra de Madrid para estos fines se destinaban las caballerías: caballos, mulas y burros. Hay también un tercer empleo: como animal de tiro o bestia de tiro, expresión con que se designa a los animales domésticos utilizados para la tracción animal. Y para esta actividad en El Boalo se contaba principalmente con el ganado vacuno: bueyes y vacas. El tiro consiste en el arrastre de distintos tipos de carruajes destinados al transporte de personas o mercancías; en la tracción de aperos agrícolas, principalmente arado y trillo; y, de otra forma más especializada, como motor animal de norias para sacar agua de los pozos.


Trillo antiguo (vientre guarnecido con lascas de piedra)


Entre el ganado de cría predominaba la oveja, con la variedad dominante conocida como “churra o de la tierra” (las churritas que tanto gustaban al “tío” Valero González, según recuerda su hijo Eusebio), aunque no había grandes rebaños, sino pequeños hatos que eran apacentados por pastores, generalmente muchachos. El vacuno ocupaba la segunda posición dentro de la cabaña local, contando con vacas de vientre, terneros, novillos y toros. Las cabras, en menor cantidad, también se integraban en ese paisaje ganadero.

El ganado para la labor se componía de caballos, mulas, burros y, sobre todo, bueyes y vacas. El caballo desempeñaba funciones de transporte, acompañaba los desplazamientos del ganado y aparejado podía cargar con algún costal, o si se le ponía un serón, como cuenta Angelín, también llevaba un par de cantaras de leche, incluso cuatro si se le aparejaba con las aguaderas; en ocasiones puntuales, llegaba a auxiliar en las labores de recolección, arrastrando el trillo en la era. En todas las familias de labradores (propietarios) de El Boalo solía contarse con un caballo, con funciones como las antes apuntadas. El amor de los boaleños por estos nobles animales perdura, siendo notoria en nuestros días la presencia de un buen número de yeguas y caballos en el entorno del pueblo; de propiedad de nativos y residentes y, también, de amazonas y jinetes de fuera, cuyas monturas son cuidadas en las instalaciones hípicas que proliferan por la zona.


Instalación hípica en El Boalo

Todos los quince de mayo, con ocasión de la Romería de San Isidro, una nutrida partida de amazonas y jinetes escolta a la imagen del Santo, transportada en carreta de bueyes desde la Iglesia Parroquial hasta su Ermita, situada en la falda de la Cuerda de Los Porrones. La presencia de tanta montura junta da esplendor a la fiesta y aviva el recuerdo de ese pasado agrícola y ganadero local, no tan lejano.


Romería de San Isidro

Con esa tradición de monta, en 2005, partiendo de El Boalo, una decena de jinetes boaleños hicieron, en varias etapas, el Camino de Santiago a lomo de sus monturas; viaje hasta Santiago de Compostela que, como recuerda Roberto, uno de los jinetes, fue coronado con el éxito dado el ánimo con que afrontaron la prueba todos los participantes.


Peregrinos a caballo rindiendo viaje en la Plaza del Obradoiro, de Santiago

En fin, jinetes de la Sierra que como a ese centauro moderno, Andrés González “El Gallo”, vecino de El Boalo, caballero de ochenta años sobre su montura, sólo la enfermedad o la muerte podrán hacerles bajar de su caballo.




Las mulas y mulos eran escasos en la zona, pues ya se ha señalado que para el tiro predominaba en la Sierra el ganado vacuno; sólo en algún caso aislado, como el de Rafael de Lema (en su huerta del río Samburiel), se usaba la mula para arar y tirar del carro. Como se sabe, las mulas y mulos no se reproducen; son el resultado del cruce entre yeguas y burros. La mula es más abundante, pues en más del 90% de los partos la cría es hembra.


Carro tirado por una mula

Los burros eran las caballerías más modestas, siendo el animal de carga y transporte domestico más barato ya que servía para casi todo: un serón, alforja, aguaderas o similar, hacían polifacético al pollino. Una vecina de El Boalo, Margarita, cuenta que, de niña, iba con su madre a comprar a Colmenar Viejo -lugar habitual de destino para la gente de El Boalo, por ser la cabeza del Partido Judicial-; ese viaje solían hacerlo acompañadas de un borriquillo, siguiendo el camino que va por la ladera de Las Viñas y Valderrevenga, para pasar el río Manzanares por el puente medieval que lo cruza. Puente cuyo origen romano se discutió durante mucho tiempo.


Pintura mostrando un burro cargado

Los animales de tiro iban enganchados, por lo común, en parejas, unidos por el denominado yugo. Para las caballerías se usaba el denominado yugo de collera (muy raras veces se veía en los carros, este yugo se usaba fundamentalmente para tirar del arado y otros aperos), porque al animal se le pone en el cerviz una collera rellena de paja o lana, sin nada más para sujetarlo.
Yugo de collera
Collera          

En el caso del ganado vacuno de labor, bueyes y vacas, que era el empleado fundamentalmente en El Boalo, se usa el yugo cornal, con dos variantes, según sea para carros y cargas pesadas o para arados.



El yugo cornal.

El  yugo cornal es el utilizado para uncir bueyes y vacas; va asegurado a su cornamenta. El término yugo proviene del latín “iugum”, el cual a su vez deriva de una raíz indoeuropea que aparece en el sánscrito como “yug”, unión. A dos bueyes que trabajan aunados, unidos por un yugo, se denomina yunta.

Como en otros pueblos ganaderos, los bueyes y las vacas eran las bestias de tiro más usadas en El Boalo. Esta localidad tiene, además, cierta tradición en la “arriería”, pues desde el siglo XVIII tenemos noticias de que algunos boaleños propietarios de carretas y ganado de tiro se dedicaban, de manera estacional (en el tiempo intermedio que les permitían las faenas agrícolas), al transporte y acarreo de mercancías y materiales (como la piedra, el carbón o la nieve) a los mercados de Madrid.

El yugo cornal consta de una parte central recta llamada sobeo o centro, provisto de prominencias denominadas mesas para las correas; y dos partes curvas, una a cada lado: gamellas o camellas. Según el yugo sea para carro o para arado existen dos variantes, que se distinguen una de la otra en el largo y en la forma de la parte central. El yugo para carro es más largo, en total mide 1,67 m., y en la cara inferior del centro muestra una cavadura llamada mesilla para la lanza del carro. El yugo de arado es más corto, mide 1,22 m. y el arado se une a él por medio de un aro, el barzón, que se asegura en un tarugo de madera sobresaliente por el lado interior de la lanza del arado.

Yugo cornal

La correa por medio de la cual el yugo se ata a los cuernos de los bueyes o las vacas se llama coyunda y tiene 4-6 m. de largo. En uno de sus extremos hay una lazada que se pasa por el extremo del yugo.


Yunta de bueyes uncida para arar
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Mirando de frente a la yunta se empieza a atar o enganchar por el cuerno izquierdo, o sea  interior, del buey o vaca del lado derecho. A la correa se da una primera vuelta por debajo alrededor del cuerno izquierdo, después se pasa por la frente, da una vuelta por el cuerno derecho, exterior, y vuelve después a ser atada a la mesa exterior del yugo, alrededor del cuerno derecho, por la frente del cuerno izquierdo y la gamella interior, pasa otra vez sobre la frente hacia fuera, da vuelta alrededor de la mesa exterior y finalmente se anuda. Después, se continúa con el animal del lado izquierdo, efectuando movimientos simétricos iguales a los descritos.


Carro con lanza para yunta de bueyes


La doma de bueyes y vacas.

Domar una yunta de bueyes o vacas no es tarea fácil. Ha de iniciarse cuando el animal es joven (añojo, utrero o novilla), para conseguir con la doma meterlo en vereda hasta acabar consiguiendo un animal dócil y manso, que tire del carro o del arado y demás aperos agrícolas. La técnica para que finalmente los animales acepten de buen grado meter la cabeza bajo el yugo lleva su tiempo. La clave está en encontrar lo que en el argot se conoce como un buen “tutor” o “madrina”. Se trata de un buey (o una vaca) ya domado y con mucha experiencia que, con aptitudes y docilidad, hace de guía y de contrapeso con el añojo, utrero o novilla que se unce, por primera vez, a su lado (Enrique de Lema sostiene que, frente a las caballerías, los bóvidos son animales tontos). Así, el buey o vaca expertos, que obedecen perfectamente a la voz del yuntero, serán quien ejerzan de monitor frente a los arranques en bruto o las salidas broncas del joven animal al que se está domando. Hay que evitar accidentes y tener en cuenta que, en muchas ocasiones, el añojo trata de salir corriendo despavorido al verse atado por los cuernos al yugo. Y ahí, en ese instante, es cuando el buey o vaca guía ejercen su oficio tratando de retener al neófito y llevarlo poco a poco por el buen camino, a la voz o al grito del yuntero que los dirige.

La tarea comienza madrugando muchos días para lograr, desde las primeras horas, que la doma vaya progresando. Primero es el acercarse a los añojos, acariciarles la testuz, arrascarles la frente e ir, en definitiva, logrando la confianza del animal. Después viene el momento de cogerles por los cuernos y acercarles a la gamella. Ponerles el yugo y con mucho tacto, ir unciéndoles pausadamente hasta amarrarles fuertemente al artilugio. Toda esta tarea hay que realizarla con mucha paciencia y sin prisas porque el animal a domar es joven y, de buenas a primeras, se encuentra raro y, encima, atado. Al cabo de un mes o de un mes y medio, el animal ya estará listo para tirar de un carro o de un arado, aunque la tarea completa y el perfeccionamiento no se logrará hasta pasados dos años o más. Eso ocurrirá cuando la yunta responda a la voz del carretero o gañán, que potencia con su sonido la movilidad a la hora de subir una cuesta, del atasco de una rueda o de un giro. Entonces parece que los animales se sienten hasta orgullosos y altivos de realizar esas maniobras que los enaltecen.


El herrado del ganado vacuno de labor.

Los animales de labor tenían que ser preparados para el trabajo de campo, protegiendo sus cascos y pezuñas con las técnicas del herrado: colocación de herraduras en las caballerías y de callos en el ganado vacuno (este es el nombre que reciben las herraduras de los bóvidos)


Bueyes con herraduras denominadas callos

El herrado de las caballerías no ofrecía mayores dificultades, pues se llevaba a cabo con el animal mínimamente sujeto. Sin embargo, para herrar el ganado vacuno se necesitaba una instalación llamada potro de herrar. En la Sierra los potros de herrar solían constar de dos hileras paralelas de pilares de piedra, unidas longitudinalmente con palos de madera. Entre los pilares se situaban los animales, sujetos con correas y cuerdas.

Potro de herrar de El Boalo (en su ubicación actual)

El animal era introducido dentro del potro e inmovilizado fijándole la cabeza al ubio -especie de yugo-, pasándole dos cinchas de cuero por debajo de la panza y asegurando sus patas. Las cinchas, apoyadas en los palos o varas longitudinales, se accionaban a modo de polea para elevar al animal. Éste, una vez inmovilizado y alzado, estaba en disposición de ser sometido a la extracción de las herraduras o callos viejos.

Cabeza del buey sujeta al ubio

Era entonces cuando el herrador quitaba los callos y ayudándose de herramientas propias de su oficio, preparaba la pezuña del animal y procedía a la colocación de la nueva herradura.


Herrado actual de un buey


El transporte de cargas pesadas.

Como ya hemos señalado, en El Boalo existía desde muy antiguo cierta tradición de transporte con tiro animal, ya que con carretas de esta localidad se llevaban, estacionalmente -cuando las faenas del campo lo permitían-, mercancías a la Villa y Corte de Madrid (carbón y piedra, principalmente)

En tiempos más modernos, las faenas agrícolas y ganaderas y la explotación del granito de las canteras de la zona, dieron lugar a que en El Boalo se llegara a contar con casi tres decenas de yuntas, entre bueyes y vacas.  De hecho, en esta zona de la Sierra la yunta de ganado vacuno fue la que movió el carro, tiró del arado y del trillo y arrastró todo tipo cargas y aperos.

Predominaban las yuntas de vacas, menos fuertes que los bueyes pero de mejor cuenta económica que éstos ya que, además de servir de animal de tiro, daban terneros, lo que venía a suponer un rendimiento mayor para la producción.

Los bueyes se empleaban, por su mayor fuerza, para las grandes cargas. En este sentido, en la memoria de El Boalo todavía es famosa la yunta de bueyes del "tío" Hilario de Lema, que dedicaba su carreta al acarreo de piedra desde las canteras de la zona al embarcadero de tren de El Berrocal. Después manejaron carreta de bueyes el "tío" Víctor, hijo del anterior, y el "tío" Agustín. Y más modernamente, siguieron la tradición los hijos del "tío" Agustín, Ciriaco y Catalino, con la pareja de bueyes "Piñano" y "Carbonero".  Además, tenían también yunta de bueyes para el servicio de casa otros convecinos como, entre otros, el “tío” Valero González y el padre de Alejandrino.

El peso de la piedra, o de otras grandes cargas, obligaba a reforzar la yunta de bueyes o vacas en las cuestas y en las bajadas pronunciadas, enganchando con una cadena, "en cuartana", una segunda yunta de vacas, sumando así cuatro animales al tiro (encuartar). El enganche se hacía por delante de los bueyes o las vacas en las subidas, para tirar, o por detrás del carro -enganchando la cadena en su trasera- en las bajadas, para retener.

El trabajo de carga y descarga de los carros era pesadísimo, sobre todo si se trataba de piedra, por su peso y por la escasez de medios mecánicos para moverla que había en la época. Entre los accidentes más graves se encontraba el vuelco, particularmente cuando las cargas eran de poco peso y mucho volumen, como la hierba o la paja, ya que si no se cuidaba la altura de la carga sobre el carro éste podía volcar con mayor facilidad en los irregulares caminos de entonces.

Cabe señalar que el trabajo hasta la extenuación de aquellos boaleños del pasado, en su procura de un progreso familiar y de la población, abrió cauce al presente que ahora disfrutamos; por ese motivo, el recuerdo que hacemos de ellos aquí resulta obligado, por merecido.