jueves, 30 de agosto de 2012

Historia de El Boalo (III)




Castillo Viejo del Real de Manzanares. Manzanares el Real




El Boalo durante la Baja Edad Media: 
el Real de Manzanares.

Se denomina Baja Edad Media al periodo de tiempo comprendido desde el inicio del siglo XI hasta el año 1.492, fecha del Descubrimiento de América. Durante ese periodo los reinos cristianos de la Península continúan combatiendo contra los árabes para culminar la Reconquista, hecho que tiene lugar tras la caída del Reino de Granada, en 1.492.

Hasta finales del siglo XI la cadena montañosa del Sistema Central, que separa las dos Mesetas en la Península, formó parte de la divisoria o frontera entre los reinos cristianos y al-Ándalus. Ese territorio de frontera se conoce con el nombre de Marca Media (en árabe, الثغر الأوسط, aṯ-Ṯaḡr al-Awsaṭ, 'frontera' o 'marca media'), y se correspondía con una de las demarcaciones territoriales en que estaba dividido al-Ándalus, la antigua Península Ibérica islámica, durante el emirato y el califato de Córdoba. 

La vertiente sur de la Sierra de Guadarrama y, consecuentemente, la zona de El Boalo, pertenecían a dicho territorio. La Marca Media jugó un papel fundamental entre los siglos IX y XI, como garante de las posiciones musulmanas. Este territorio, coincidente en gran parte con la actual Comunidad de Madrid y otras provincias del centro de España, fue fortificado mediante un complejo sistema defensivo, del que surgieron fortalezas como las de Madrid, Alcalá de Henares y Villaviciosa de Odón, entre otras plazas.

La Marca Media en tiempos del califato de Córdoba

Dentro de este contexto militar, también fue creada una red de atalayas, muy estructurada, que se encargaba de vigilar los pasos de montaña de la Sierra de Guadarrama y de Somosierra, puntos considerados de especial peligro. Las diferentes torres-vigía se comunicaban entre sí mediante 'humadas', que alertaban a las tropas ante posibles incursiones cristianas. Muchas de ellas aún se mantienen en pie, caso de las existentes en Torrelodones, Venturada, Torrelaguna, El Vellón o El Berrueco.

Mucho menos conocida que estas construcciones es la calzada militar que, bordeando la parte meridional del Sistema Central y siguiendo la dirección norte-sudoeste, unía las distintas atalayas y ciudadelas existentes entre los valles del Jarama y del Tiétar. Aunque quedan muy pocos rastros de esta vía, sí que perviven diferentes puentes, erigidos para facilitar el paso de los distintos ríos con los que tropezaba el camino. Cabe datarlos en algún periodo indeterminado comprendido entre los siglos IX y XI, a lo largo del cual tuvo lugar la fortificación de la Marca Media, tal y como acaba de señalarse. 

Este contexto militar de la Marca Media actúa de elemento definitorio por excelencia de la evolución histórica de la zona de El Boalo y su entorno. A partir del siglo IX, el mayor empuje del reino asturleonés posibilita a los cristianos, dada su pujanza repobladora, contar con sólidas bases de sustentación en la Meseta Norte. Ello hizo de Talamanca, en el valle del río Jarama, la plaza fuerte más importante de la vertiente sur de la Sierra de Guadarrama, aunque fue tomada circunstancialmente por Ordoño I en el 861. Los musulmanes comprendieron que el mayor peligro provenía frontalmente del Norte, a pesar del murallón natural de la Sierra. Para reforzar sus defensas a finales del siglo XI el emir cordobés Muhammad I (852-886) levanta la fortaleza de Mayrit (Madrid) en un promontorio junto al río Manzanares, en el lugar donde se alzan hoy la catedral de la Almudena y el arranque de la calle Mayor. La función de esta fortaleza será la vigilancia de los pasos de la Sierra de Guadarrama para proteger Toledo, la antigua capital visigoda. Con la incursión en el 881 de Alfonso III, que llegó a las inmediaciones de Toledo, la primacía defensiva de Mayrit se hizo más patente todavía, desplazando definitivamente a Talamanca, con ello la alcazaba madrileña se convirtió en el asentamiento humano más significativo del territorio. Mayrit también juega el papel de Ribat, es decir, punto de reunión e inicio de las campañas contra los reinos cristianos del norte (por ejemplo, en el año 977, Almanzor comienza su campaña en Madrid). Cuando el califato de Córdoba se desintegra, Madrid pasa a formar parte del reino taifa de Toledo.

La descomposición del califato de Córdoba, desaparecido en 1.031, y su sustitución por los fragmentados reinos de taifas, con la secuela de disputas y de tensiones internas en la España musulmana, coincidente con el mayor vigor del reino castellano-leonés, trajo consigo un significativo cambio en la correlación de fuerzas, que facilitó la expansión cristiana hacia el Sur del Sistema Central. A este respecto, la situación interna de Toledo en los decenios centrales del siglo XI resume a la perfección el grado de conflictividad y las múltiples contradicciones de los reinos llamados de Taifas. Dentro de Toledo existían dos banderías políticas enfrentadas, una encabezada por Alcadir, gobernador de la plaza, la otra en connivencia con el rey de Badajoz, Motawákkil, que terminó por expulsar a Alcadir en 1.080, quien se puso en contacto con Alfonso VI, que en 1.079 ya había iniciado su campaña contra el reino de Toledo. A cambio de que el rey castellano le cediera el reino de Valencia, Alcadir le ayudaría a conquistar Toledo, lo que finalmente sucedió en 1.085 (Madrid había caído en poder del rey castellano-leonés dos años antes, en 1.083, para su ulterior utilización como ariete ofensivo en la conquista de Toledo)

Sin embargo, al menos durante un siglo el territorio madrileño continuó siendo tierra de frontera, en este caso baluarte en la penetración castellana hacia el Sur, sufriendo varias razzias, sobre todo en época almorávide. A la altura del 1.110 parte de las murallas de Magerit fueron destruidas. En aquella época, Alcalá de Henares permanecía en poder de los musulmanes. En gran medida, estas correrías significaban el canto de cisne del peligro musulmán para el conjunto del territorio. En este aspecto, fue fundamental la conquista de Alcalá en 1.118 por el Arzobispo de Toledo, Don Bernardo, que incorporó la ciudad al señorío de la mitra toledana, situación que se mantendrá durante siglos hasta la creación de la actual provincia de Madrid en 1.833. Por fin, la conquista del castillo de Oreja en 1.139 trajo como consecuencia la definitiva retirada del dominio musulmán en estas tierras.


La repoblación castellana al sur del Sistema Central

La repoblación castellana al sur del Sistema Central se perfila como un dilatado proceso en el tiempo, que abarcó desde finales del siglo XI al XV. Entre 1.079 y 1.118 la ocupación castellana se concentró alrededor de los tres núcleos fortificados, recientemente conquistados al reino musulmán de Toledo: Madrid, Buitrago y Talamanca. Se trata, pues, de una estrategia que aprovecha la existencia anterior de núcleos poblacionales que actúan como instrumentos de difusión. Es en esta etapa cuando el área de influencia de Madrid, su alfoz, queda configurado. Hasta el primer tercio del siglo XIII el afán repoblador se circunscribe de manera primordial a dos áreas, en el este provincial, Alcalá de Henares y su entorno, en una amplia franja del territorio comprendida entre los ríos Henares y Tajo, con especial intensidad al sur de Alcalá hasta el río Tajuña. En el Oeste el proceso abarca desde el río Guadarrama hasta los confines de la actual provincia, en San Martín de Valdeiglesias. Hasta aquí la repoblación del territorio ha estado determinada por la lógica de la reconquista, por tanto, se ha limitado a las poblaciones-fortaleza y sus lindes más próximas. 

Sólo con la conquista de Alcalá en 1.118 por el arzobispo de Toledo el afán repoblador pudo extenderse, eliminada la cortapisa de la amenaza militar. De esta manera, desde mediados del siglo XIII, una vez afianzada la población castellana en las áreas de influencia de los núcleos-fortaleza (Madrid, Talamanca, Buitrago y Alcalá) se registra la colmatación repobladora del territorio madrileño, que afecta al noroeste, al norte y sur provincial. Esta acción repobladora tendrá otras características, no es ya el enfrentamiento con el musulmán el que lo determina, sino la pugna entre las distintas villas castellanas, Madrid y Segovia fundamentalmente, y los enfrentamientos entre ciudades y señores feudales, sobre todo en época de los Trastámaras, por el dominio de los territorios y lugares en disputa.

En 1.118 se otorgó el Fuero de Toledo a cuatro localidades situadas al sur de la Sierra: Magerit, Alamin, Calatalifa y Talamanca. La debilidad de los concejos hará que sólo Magerit conserve su personalidad jurídica. De hecho en el reinado de Alfonso VIII, a comienzos del siglo XIII, fue redactado y otorgado el Fuero viejo a Madrid, que se mantendrá en vigor hasta la promulgación del Fuero Real por Alfonso X en 1.262, siendo ratificado con posterioridad por Alfonso XI en 1.339. Por el contrario, tanto Alamin como Calatalifa y Talamanca no tardaron en ver diluida su personalidad jurídica. Alamin acabó bajo la jurisdicción del señorío de los Luna, incluidas sus aldeas como Villa del Prado. Calatalifa terminó por sucumbir al empuje repoblador de Segovia, y, finalmente, Talamanca fue a caer bajo la jurisdicción del Arzobispado de Toledo, cuya expansión por el Noreste le llevaría a someter bajo su dominio a todo el Este de la actual provincia de Madrid. Así pues, durante la Baja Edad Media sólo Madrid consiguió mantener una personalidad jurídica propia, articulada en primer lugar en torno al Fuero viejo y posteriormente al Fuero Real, constituyéndose en el núcleo básico de la organización del territorio denominado Tierra de Madrid.


El Real de Manzanares

Conquistado el territorio al sur del Sistema Central, Segovia se había convertido en el principal núcleo de población al norte de la Sierra de Guadarrama, y dirigió su colonización hacia el sur, buscando terrenos propicios para la ganadería trashumante. A lo largo del río Lozoya llegaría, pasado un tiempo, hasta los límites de la Tierra de Buitrago; siguiendo el curso del Manzanares alcanzaría el monte de El Pardo; y por el río Guadarrama habría de llegar hasta Olmos y Batres, haciéndose dueña del sexmo de Casarrubios.

Madrid, por su parte, era villa fronteriza de economía agrícola, con estatus de concejo repoblador, y la pujanza de Toledo al sur y al este le obligó a dirigir su expansión hacia las tierras del noroeste, que ocupaban toda la cabecera del Manzanares y se extendían desde el valle del río Guadarrama hasta el Jarama. En este sentido, cabe recordar que tras la reconquista de Madrid, en 1.083, Alfonso VI creó un alfoz con límites geográficos poco definidos dependiente de Madrid, fronterizo con el territorio segoviano al norte. Alfoz -denominación de origen árabe (al-hawz) que significa "distrito"- es el nombre que se daba durante la Edad Media al territorio extramuros asignado a una villa durante la repoblación foral; esto incluía a las pequeñas aldeas y zonas rurales que dependían de las autoridades municipales de la villa, con la que formaban las llamadas comunidades de villa y tierra. 

En la primera etapa de la colonización, con la expansión segoviana todavía en ciernes y sin ningún núcleo de población importante en el tramo medio de la presierra madrileña, la villa de Madrid disfrutó sin disputa del uso de pastos, aguas, caza y leña en una amplia zona de terreno, sólo limitada al noreste por la Tierra de Buitrago. En la zona oriental, Alfonso VII había concedido a Segovia, en 1.136, la posesión de Olmos y Calatalifa (Villaviciosa de Odón), en el sexmo de Casarrubios, estableciendo así las bases para la posterior ocupación segoviana del curso del Guadarrama.

En 1.152 Alfonso VII estableció el límite entre las jurisdicciones de las dos ciudades, Segovia y Madrid, en las cumbres del Sistema Central; y reconoció al concejo de Madrid la posesión las tierras situadas al sur de la Sierra de Guadarrama, con el derecho repoblador hacia el norte desde la villa hasta : "... singullatim a Portu del Berroco, qui dividit terminus Abula et Segovie, usque ad portum de Lozzoya cum omnibus intermediis montibus, et serris et vallibus", es decir: desde el puerto del Berrueco, que separa Ávila y Segovia, hasta el puerto de Lozoya, con todos los montes, sierras y valles intermedios.

Segovia no aceptó nunca la raya de las cimas serranas con Madrid, iniciándose un largo conflicto que con altibajos se mantuvo durante más de tres siglos. 

Alfonso VIII confirmó en 1.176 la anterior concesión a Madrid otorgada por Alfonso VII. Segovia, por su parte, progresó en su ocupación del sexmo de Casarrubios, adentrándose bastante en tierras de la actual provincia de Toledo. De hecho, el imparable avance colonizador segoviano, basado en una política de hechos consumados, dejaba atenazado a Madrid por el norte (sexmo de Lozoya), oeste (sexmo de Casarrubios) y sur (sexmo de Valdemoro). Así las cosas, Segovia eligió como próximo objetivo la tierra no disputada de la cabecera del Manzanares y presionó al propio Alfonso VIII para dividir y señalar nuevamente los términos objeto del litigio; consiguiendo que el rey comisionase, en 1.208, al alcalde Minaya para realizar tal tarea y elaborar el documento preciso. Ese mismo año se redactaron dos documentos más con la misma finalidad: el “de la bolsilla” y “el Pecuario”. En ellos se señalaron mojones y se estableció la línea de división. Según esas lindes, el territorio disputado de la cabecera del Manzanares llegaba hasta las mismas puertas de Madrid, y su propiedad se otorgaba implícitamente a Segovia. Alfonso VIII, de forma inexplicable y contradiciendo sus dos privilegios anteriores favorables a Madrid, firmó los tres documentos. Y la colonización segoviana del territorio comenzó de inmediato, fundando pueblas que a reglón seguido eran destruidas por los madrileños.

Territorio de la cabecera del río Manzanares disputado entre Madrid y Segovia que más adelante,
en tiempos de Alfonso X, formaría el Real de Manzanares bajo jurisdicción de la Corona

Los verdaderos problemas llegaron cuando los segovianos comenzaron a poblar la vertiente sur de la Sierra, en 1.247. Antes habían surgido algunos roces aislados entre pobladores de una y otra ciudad, a la hora de aprovechar los pastos y montes circundantes. La agudización del conflicto vino determinada, por tanto, por el emplazamiento de un núcleo de población estable, a partir del cual los segovianos reivindicaban la jurisdicción sobre el amplio territorio que abarcaba todo el noroeste de la actual Comunidad de Madrid. Era un conflicto entre dos ciudades castellanas que se disputaban, por razones de índole económica, un territorio rico en aguas, pastos y montes cuya jurisdicción estaba en manos de la Corona, siendo susceptible de caer bajo el dominio de una u otra ciudad en función de una política de hechos consumados, o bien mediante su compra o cesión a alguna de las dos partes en litigio, de ahí la persistencia del conflicto hasta la cesión de la jurisdicción a la Casa de los Mendoza. En esta disputa se enfrentaban un municipio ganadero con una gran capacidad repobladora, Segovia, y un municipio agrícola y urbano, de menor pujanza repobladora, Madrid. El primero veía en las tierras en disputa, los pastos necesarios para la expansión de su cabaña trashumante; el segundo, la leña y la caza para cubrir sus necesidades y garantizar su crecimiento urbano. Si Madrid esgrimía sus derechos en razón de los privilegios otorgados por Alfonso VII en 1.152, y Alfonso VIII en 1.176; Segovia lo hacia sobre la base de tres documentos otorgados en 1.208 por el propio Alfonso VIII, y, sobre todo, por la vía de los hechos consumados, poblando el territorio en litigio.

A partir de este momento los pleitos se suceden; en 1.239 Fernando III establece los límites entre la Tierra de Madrid y el sexmo segoviano de Valdemoro. En lo delimitado por el rey ya no surgieron problemas, pero sí los hubo -enfrentamientos directos, muertes y pillaje- en los terrenos verdaderamente conflictivos próximos a Manzanares y Colmenar Viejo, en los que los segovianos comenzaron a hacer pueblas. El rey, viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, intervino para que las partes negociaran una tregua y determinaran que habría de hacerse en justicia. A tal fin, envió una comisión mediadora de la que resultó un privilegio real otorgado en Sevilla en 1.248, en el que se apremiaba a Segovia a no realizar ninguna puebla más en aquellos términos y se permitía a Madrid derribar las existentes. A pesar de lo ordenado ambas poblaciones volvieron a levantar de nuevo: “casas, aldeas, colmenares, huertos, alberguerías, viñas, parrales, árboles, aradas….”. Hubo de intervenir de nuevo el monarca y mediante privilegio de 1.249 delimitó, entre los cursos medios de los ríos Guadarrama y Manzanares, la tierra que era propiedad exclusiva de Madrid, y determinó que en todo el terreno restante de la cabecera del Manzanares ambas poblaciones gozaran de usufructo: pastos, leña y hacer carbón de forma comunal, pero con la prohibición de poblar, ni labrar ni hacer casa de nuevo. Y si alguno de los contendientes levantaba nuevas pueblas, los alcaldes del rey las derribarían.

Tras la muerte de Fernando III volvieron a surgir problemas en la zona. Segovia intento hacer nuevas pueblas y Madrid se lo impidió. En esta ocasión interviene el rey Alfonso X quien, mientras decidía a quién habría de corresponder la propiedad del terreno en litigio, envía como guarda mayor o justicia a Pedro González, pero éste, extralimitándose, impidió a los madrileños continuar ejerciendo el usufructo de pastos y leña. Tras la inmediata queja del Concejo madrileño, el rey expidió en 1.268 dos cartas, una al propio Concejo y otra al guarda mayor, disponiendo que la villa siga disfrutando del usufructo reconocido de pastos, caza, leña y carbón. 

El siguiente justicia continuó poniendo trabas a los madrileños en el disfrute de sus derechos. Hubo de escribirle en 1.271 el infante don Fernando prohibiéndole castigar a los madrileños por el uso de pastos y leñas (en esta carta se denomina por primera vez Real de Manzanares al territorio disputado). Para acabar con esas luchas en 1.275 Alfonso X incorpora los lugares en litigio a la Corona, quedaban bajo la autoridad real, constituyendo el Real de Manzanares, con lo cual dio un carácter señorial y de realengo a esta comarca, con cabecera en Manzanares, que comprendía más de 20 municipios: Manzanares el Real, Porquerizas (actual Miraflores de la Sierra), Chozas (actual Soto del Real), Colmenar Viejo, Guadalix de la Sierra, Hoyo de Manzanares, Galapagar, Torrelodones, Villanueva del Pardillo, Colmenarejo, Navalquejigo, Guadarrama, Los Molinos y la Herrería, Collado Villalba, Alpedrete, Cercedilla, Navacerrada, Moralzarzal, Collado Mediano, Becerril de la Sierra, Cerceda, Mataelpino y El Boalo; y deslinda de manera definitiva los términos del Real de Manzanares y la Tierra de Madrid, estableciendo que sobre el primero tanto Segovia como Madrid disfrutan de los derechos de explotación económica (pastos, caza, leña y carbón). Según las crónicas de la época, en 1.275 Alfonso X permitió hacer nuevas pueblas en el Real, de esa forma se habrían comenzado a poblar: “la villa de Manzanares, a quien hicieron cabeza, y las de Colmenar Viejo, Galapagar, y Guadarrama, y la de Guadalix, y Porquerizas, y otros lugares”.

No obstante, la solución de compromiso adoptada por Alfonso X, de mantener aquel territorio bajo protección de la corona, distaba mucho de solucionar el conflicto. Los justicias allí puestos entorpecían voluntariamente los derechos de los madrileños, los segovianos los impedían directamente por la fuerza, y los monarcas habían de confirmar continuamente disposiciones anteriores que no se cumplían. Así sucedió con Sancho IV que en 1.288 ratificó al Concejo de Madrid su derecho de usufructo en el Real. Sin embargo este rey dio un brusco giro al pleito hacía la mitad de su reinado. El monarca engañado -como luego había de reconocer- por consejeros parciales, dio la tenencia del Real a Segovia (esto debió suceder entre 1.288 y 1.295). Tras la inmediata protesta del Concejo de Madrid, Sancho no tuvo inconveniente en aceptar el error y anular la concesión, desapoderando del Real a los segovianos y poniéndolo en manos del infante don enrique, tío suyo y hermano de Alfonso X. Pero la villa de Madrid, no contenta con esto, insistió al monarca y pidió que estudiase los documentos anteriores. Así lo hizo Sancho, y por segunda vez rectificó una decisión suya anterior, de modo que ahora venía a reconocer el derecho de Madrid y le otorgaba la ansiada propiedad del Real, con la única salvedad de que el infante don Enrique la conservaría hasta su muerte, y una vez fallecido éste el Real pasaría de forma definitiva a manos de los madrileños.

El infante don Enrique falleció en el año 1.304. Un año antes el rey Fernando IV había confirmado los privilegios sobre el Real concedidos por su padre a la villa de Madrid. En ese mismo año, 1.303, tuvo lugar uno de los episodios más lamentables de toda la contienda. Tras haber confirmado el rey los privilegios a Madrid los segovianos fueron al Real, y cercando la casa del guarda mayor, intentaron matarle, pero al fin se contentaron con tomarle el sello, con el que sellaron una provisión que habían escrito a propósito, en la que se decía que el rey les daba la tenencia del Real. Al enterarse los de Madrid mandaron emisarios al rey, que revocó de inmediato las cartas fraudulentas. Estos violentos acontecimientos dieron lugar a que Fernando IV, a pesar del compromiso adquirido, no entregara el Real a Madrid, al fallecer, como estaba previsto, el infante don Enrique al año siguiente. Así, en 1306 el monarca cedió al infante Alonso de la Cerda “la jurisdicción civil y criminal de los del Real de Manzanares, con que en ningún tiempo se pudiesse intitular Rey, ni hazer moneda”. En cierto modo tales cesiones beneficiaban a Madrid y le aseguraban el derecho de usufructo, pues impedían que Segovia se apoderara del Real. 

Tras el infante don Alonso, disfrutaron la tenencia del Real la reina doña María de Portugal, don Juan de la Cerda (hijo de don Alonso) y doña Leonor de Guzmán (amante del rey Alfonso XI, coronado en 1.312). Pero todos estos personajes parece que favorecieron los intereses segovianos en detrimento del Concejo madrileño. En 1.327 se quejaban los madrileños al rey de la actuación de Segovia, que seguía posesionada del territorio, lo que ocasionaba muertes y estragos entre madrileños y segovianos, pidiéndole que volviera a poner el Real bajo la tutela directa de la Corona. No obstante, Segovia siguió repoblando, por lo que las tensiones se mantuvieron entre la Segovia ganadera y el Madrid agrícola. De nuevo en 1.345 el conflicto llega a la corona, cuando el Concejo de la Mesta, creado en 1.273, expone ante Alfonso XI que los vecinos de Madrid han cerrado varias cañadas impidiendo el libre paso del ganado; visto el asunto el rey falla a favor de Madrid. Tres años después, la grave falta de alimentos que sufría Madrid sumada a la peste que asoló Castilla en 1.347 hicieron que el Concejo madrileño reivindicara una vez más el territorio del Real, ya que éste formaba parte importante de su despensa natural. Con este fin, en 1348 se envió un memorial al rey Alfonso XI relatando todo el proceso y enumerando los privilegios reales en que se basaban los derechos de la villa de Madrid, y pidiéndole confirmase, de forma clara e irrebatible, lo que ya había concedido Alfonso X: que el Real era suelo de Madrid en el que los madrileños tenían perfecto derecho al usufructo de pasto, leña, caza y carbón. La muerte del rey, ocurrida en 1.350, dejó sin respuesta esta demanda del Concejo de Madrid.

Durante el reinado de Pedro I se produjo el fin práctico del conflicto que habían mantenido segovianos y madrileños desde el comienzo del siglo XIII, pues el Real ya pertenecería de forma continuada a personajes destacados, aunque en ocasiones pudieran aparecer diferencias acerca del aprovechamiento de los terrenos. En 1.358 los vecinos del Real escribieron una carta a Madrid rogando que hubiese buena vecindad. La villa respondió el gesto y firmó una escritura de concordia estableciendo: “Que los ganados de los vecinos de la dicha Villa de Madrid ….. que paziesen en todo el Real. Otrosy …., que podiesen cazar e cortar madera para las dichas sus casas, e fazer carbón en todo el dicho Real para syenpre jamás; e vos los del dicho Real que podiésedes pazer con vuestros ganados en el término de la dicha Villa de Madrid en quanto fuese voluntad del Concejo de la dicha Villa”.

El futuro Enrique II (todavía no era rey, pero contaba con el apoyo de buena parte de la nobleza en su sublevación contra Pedro I), conocido como “el de las Mercedes” por las recompensas y favores que concedía a los que le apoyaban, donó el Real a don Iñigo López de Mendoza, almirante de Castilla, en 1.364; tras morir sin hijos el almirante, la propiedad regresó a la Corona, y en 1.366 Enrique lo donó de nuevo , esta vez a Pedro González de Mendoza, que recibió el señorío del Real de Manzanares, uno de los futuros pilares de la grandeza de la casa de los Mendoza. En 1.375 Pedro González de Mendoza obtuvo de Enrique II un privilegio real que le facultaba para fundar un mayorazgo; dicho mayorazgo se hizo efectivo, en 1.376, en la persona de su hijo, Diego Hurtado de Mendoza (a quien se atribuye la construcción del castillo viejo de Manzanares el Real). Mayorazgo que fue confirmado por Enrique II en 1.379.

La concesión del Real a favor de Pedro González de Mendoza, realizada en 1,366, fue confirmada por Juan I en 1.383. Así, la cesión del señorío jurisdiccional desembocó en la formación de un amplio patrimonio territorial, bajo la forma de propiedad amayorazgada. Los Mendoza sacaron provecho tanto de su proximidad a la figura del monarca como de la calidad de realengo de aquella zona, en la que cualquier poblamiento llevado a cabo desde el siglo XII era considerado ilegal; de ahí, la ausencia de resistencias a esa ampliación patrimonial. La ascensión de la familia Mendoza culminó en agosto de 1442 cuando Juan II creó los títulos de marqués de Santillana y conde del Real de Manzanares, concedidos a Íñigo López de Mendoza.


Íñigo López de Mendoza, I marqués de Santillana

A los títulos citados anteriormente la casa de los Mendoza sumaría el ducado del Infantado, concedido por Isabel la Católica a D. Diego Hurtado de Mendoza y Figueroa, II marqués de Santillana, en 1.475; dignidad con la que se encabezaría a partir de entonces la jurisdicción del Real. En el siglo XVII el señorío pasó por patrimonio a la casa de Pastrana y, posteriormente, por venta, a la casa de Udaeta. Ya en el siglo XVIII, y por permuta, volvió a los descendientes de don Diego, los Duques del Infantado, a quienes el rey Felipe V concedió, en 1711, la posesión perpetua. La emancipación de la mayoría de las pequeñas aldeas de la jurisdicción del señorío del Real fue produciéndose entre los siglos XVI y XVIII, consiguiendo de la corona el derecho de villazgo y pasando así de aldeas señoriales a villas. La primera en conseguirlo fue Guadarrama, que obtuvo el villazgo, junto con Colmenar Viejo, en 1.504; Porquerizas (actual Miraflores de la Sierra) se emancipó en 1.523; la siguieron, ya en el siglo XVII, las villas de Collado-Mediano, Collado-Villalba, Alpedrete y Cercedilla, que se emanciparon en 1.630; seis años más tarde, en 1.636, lo hicieron Becerril, Hoyo de Manzanares, Moralzarzal y Navacerrada; en 1663, Los Molinos; y ya en el siglo XVIII las actuales poblaciones que integran el municipio de El Boalo: Cerceda, en 1.747, y Mataelpino y El Boalo, en 1.751. El señorío se agota cuando las Cortes de Cádiz aprueban la supresión de los señoríos jurisdiccionales, en 1811. 

El Real de Manzanares vivió su máximo esplendor durante los siglos XV y XVI, hasta que los Mendoza trasladan su residencia a Guadalajara y comienza la decadencia de Manzanares. En este período de esplendor viven los tres Mendozas más destacados: D. Íñigo López de Mendoza (1.398-1.458), célebre Marqués de Santillana, conocido como tal por su obra poética, que inició en 1.435 las obras del castillo nuevo de Manzanares el Real (el castillo viejo se desmontó para usar sus piedras en la construcción del nuevo); su hijo, D. Diego Hurtado de Mendoza y Figueroa (1.417-1.479), I duque del Infantado; y su nieto, D. Íñigo López de Mendoza y Luna (1.438-1.500), que mandó construir el Palacio del Infantado, en Guadalajara.

Castillo nuevo del Real de Manzanares. Manzanares el Real



La aldea de El Bóvalo

Para explicar con mayor exactitud los hechos referidos a El Boalo señalaremos, en primer lugar, que el primitivo nombre de la aldea originaria fue El Bóbalo (o El Bóvalo, ya que la ortografía medieval no distingue los resultados de “b” y “v” en posición intervocálica, por lo que ambas se suelen escribir como “v” en la Edad Media). Esta designación literal del pueblo aparece en mapas y documentos hasta bien entrado el siglo XVIII. Con ese nombre lo cita también, en el siglo XV, el Marqués de Santillana en su Serranilla IV “Menga de Mançanares”. El paso de bóbalo a boalo es el resultado de un fenómeno lingüístico conocido en la lengua castellana: la falta de pronunciación del sonido de la “b” o “v” intervocálica en la lengua hablada vulgar. Esta falta de pronunciación, practicada popularmente de forma continuada en el tiempo, acaba por modificar la expresión escrita culta, ya que la escritura termina por recoger ese fenómeno mediante la perdida gráfica de la consonante que no se pronuncia al hablar: de modo que, en el presente caso, El Bóbalo acabó siendo El Boalo. Este fenómeno lingüístico es muy antiguo en la lengua castellana y tiene muchos ejemplos. Como más próximos, cabe citar: bobadilla-boadilla, bovalar-boalar, etc.

La puebla de El Bóvalo o Bóbalo (El Boalo) al igual que la de las demás localidades de la zona pertenecientes al Real de Manzanares, tuvo lugar tras la Reconquista, cuando la vertiente sur de la Sierra de Guadarrama fue repoblada por pastores segovianos que buscaban en esta ladera madrileña de la Sierra pastos para sus ganados trashumantes. Como hemos visto, entre los siglos XII al XIV la posesión del territorio del Real fue muy disputada por las villas de Segovia y Madrid, para su explotación como pastos, leña, caza, carbón, paso de ganado y derecho de poblamiento, dando lugar a un largo conflicto en el que unos levantaban casas y los otros las destruían, hasta el punto que, para acabar con la disputa, por decisión de la Corona se puso el territorio en litigio bajo jurisdicción directa del rey, creando una demarcación jurisdiccional de realengo que más adelante se integraría en la orbita del régimen señorial, reconociendo a ambas villas el usufructo mancomunado de explotación de los recursos del territorio.

Como ya hemos contado en anteriores artículos de este mismo blog, en la zona de El Boalo se han encontrado restos de enterramientos altomedievales que prueban la existencia de asentamientos humanos anteriores a la Reconquista cristiana del territorio. Lo que no es de extrañar, dadas las inmejorables condiciones (abundancia de agua, vegas para cultivar, pastos y montes) que el entorno de la confluencia del arroyo Herrero con el río Samburiel ofrece para el asentamiento de unos pocos pobladores, que podían sobrevivir explotando los recursos agro-silvo-pastoriles de la zona.

Cabe suponer que tras la reconquista de Madrid y Toledo (1.083 y 1085), y como ocurrió en ambas localidades, los cristianos permitieron a la escasa población musulmana que poblaba la ladera sur de la Sierra de Guadarrama permanecer en el territorio recién conquistado, integrando a sus pocos habitantes, pastores, como mudéjares a la nueva situación. Sabemos, asimismo, que durante los primeros años los cristianos se concentraron en las plazas fuertes (Buitrago de Lozoya, Talamanca, Madrid, Toledo,….), porque la retirada definitiva de los musulmanes de los terrenos de la actual Comunidad de Madrid sólo tuvo lugar con la caída del castillo de Oreja, en 1.139. También consta que durante la primera etapa de la expansión segoviana al sur de la Sierra no hubo disputas con Madrid por la posesión del territorio situado entre esta villa y la Sierra. Los conflictos entre ambos Concejos comienzan a partir de 1.152, cuando Alfonso VII establece el límite entre las jurisdicciones de Segovia y Madrid.

Por consiguiente, existen razones para suponer la continuidad del asentamiento humano que ya existía en la zona de El Boalo -escaso en número de pobladores-, tras la reconquista del territorio por los cristianos a finales del siglo XI. Si bien, ahora habría una novedad: a la zona irían llegando nuevos pobladores; los pastores segovianos que, en busca de pastos y mejor clima, bajaban del norte de la Sierra de Guadarrama. Los conflictos comienzan, como se ha dicho, a partir de 1.152, pues los madrileños destruyen las casas que los segovianos levantan en la zona. Interviene el rey para mediar, pero Segovia continúa levantando instalaciones que a reglón seguido son destruidas por los madrileños. Hacia 1.240 hubo enfrentamientos directos, muertes y pillaje, en los terrenos próximos a Manzanares y Colmenar Viejo en los que los segovianos comenzaron a hacer pueblas, entre las que se contaría muy probablemente la puebla de El Bóvalo, como aldea próxima a Manzanares. En este sentido, una Real Cédula expedida en 1.248 por el rey Fernando III hace mención al "concejo de Manzanares y sus lugares” como parte de uno de los sexmos de la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia. Que uno de esos lugares fuera El Bóvalo es plausible, porque los pastores segovianos conocían bien la zona de El Boalo, pues la Cañada Real Segoviana que ellos seguían discurre por sus inmediaciones, incluso la cañada tiene un amplio descansadero a orillas del río Samburiel, donde la trashumancia reposaba.


Trazado de la Cañada Real Segoviana (en azul) a su paso por la zona de El Boalo
Para acabar con los enfrentamientos entre segovianos y madrileños Alfonso X decide, en torno a 1.270, poner el territorio bajo la jurisdicción directa de la Corona. Según los cronistas en 1.275 Alfonso X autoriza nuevas pueblas y así se habrían comenzado a poblar las distintas aldeas del territorio, comenzando por Manzanares (como cabecera de la comarca) y Colmenar Viejo. Los conflictos no van a cesar pero la jurisdicción real directa viene a dar cierta seguridad a los asentamientos y refundaciones que tienen lugar. De este modo podemos datar convencionalmente con esta misma fecha, de 1.275, la refundación definitiva de la primitiva aldea de El Bóvalo, levantada en su ubicación actual.

El nombre de la primitiva aldea, El Bóvalo, nos da idea del entorno en que se ubicaba. Etimológicamente, Bovalo, Bobalo o Boalo viene de bovada (del latín bos bovis: buey, y bovata: lugar donde pastan los bueyes). Aunque su origen más próximo pudiera estar en el vocablo antiguo castellano aragonés bovaral, muy extendido en Aragón, Cataluña y Valencia (boalar es un topónimo frecuente en aquellas tierras). Esta palabra hace referencia al entorno, al territorio. Bovalar, bovalo, boalar y dehesa, son términos equivalentes a ‘monte ahuecado’. Se trata de espacios forestales caracterizados por su multifuncionalidad. Son tierras agrosilvopastoriles, es decir, en las que se puede introducir cultivos (agro), actividades forestales como obtención de leña o madera (silvo) y servir sus pastos como alimento para el ganado (pastoriles). Se les llama ‘monte ahuecado’ porque los seres humanos han talado un porcentaje de los árboles del bosque original para rebajar la densidad de pies arbóreos, con lo que el tránsito por el interior del monte es relativamente asequible. Los boalares -dehesas boyales- suelen tener menor dimensión que las dehesas comunes y se dedican preferentemente al ganado mayor (vacas) y al ganado de labor (bueyes, caballos, mulos…). Por consiguiente, el nombre de El Bovalo, El Bobalo o El Boalo respondería al tipo de entorno o espacio primitivo de la zona, como monte abierto y lugar de pasto de ganado vacuno. 

Los colonos se asentaron en este entorno organizando una incipiente puebla, con un tipo de poblamiento muy fragmentado y extremadamente disperso, construyendo cabañas, chozas, cazaderos de losa o de hoyo, apriscos, majadas y otros espacios hábiles en las navas y cañadas. Acotaban solares para sus casas y los lotes de tierra de labor (quiñones) como bienes propios, y al mismo tiempo gozaban de forma mancomunada de amplios derechos de usufructo sobre los recursos naturales de la zona: pastos, leña, caza y carboneo. Como quiera que el territorio acabó integrado en la orbita del régimen señorial, las relaciones de los habitantes con las distintas Casas nobiliarias que ejercen su jurisdicción sobre el Real son de “vasallaje”, lo que se traducía en el pago de “regalías”, principalmente “alcabalas” (impuesto que gravaba las transacciones mercantiles y compraventas), como “pecheros” (contribuyentes) que eran. En el caso del linaje de los Mendoza las “regalías” se prolongaron en el tiempo, ya que la Casa del Infantado percibió “alcabalas” hasta mediados del siglo XIX.

Para dilucidar acerca de la fecha de refundación de El Bóvalo cabe también acudir a sus leyendas, tradiciones y devociones. En este sentido, San Sebastián Mártir es desde tiempo inmemorial Patrono del pueblo de El Boalo. Por ello, la fiesta más solemne y enraizada en la localidad se celebra el 20 de enero. No se sabe con certeza cuando prendió en El Boalo la devoción a este santo mártir, protector de la peste. En todo caso, la iglesia parroquial del pueblo está dedicada en su honor y se levantó a comienzos del siglo XVII; cabe pensar, por tanto, que la devoción de los boaleños por el Santo arranca de un tiempo anterior. Probablemente, se habría afirmado entre los habitantes del lugar a lo largo de los siglos XIV y XV, ya que a lo largo de esos dos siglos Europa sufrió un duro azote de peste que diezmó la población y supuso un motivo de constante temor y preocupación que generó una nueva mentalidad ante la vida y la muerte. La propagación de la epidemia fue vista por las poblaciones de entonces como un castigo divino al pecado humano; se consideró que el mejor modo de aplacar la ira divina era enmendar los errores mortales y volver a ganarse la gracia de Dios, recurriendo frecuentemente a invocar la protección e intercesión de los Santos y de la Virgen María. Concretamente, San Sebastián se configuró como el abogado contra la peste, al que se atribuyen muchos milagros en este sentido. Roncesvalles fue el paso natural de peregrinos y caballeros, por lo que Navarra resultó ser la primera de las tierras españolas que recogió, por influencia francesa, la invocación a San Sebastián; devoción que, seguidamente, fue extendiéndose al resto de la España cristiana de la época. Como hemos visto, en aquel tiempo se estaba repoblando el Real de Manzanares. Entre 1350 y 1369 se vivieron en la Corona de Castilla años difíciles. La crisis, que se estaba manifestando desde algún tiempo atrás, alcanzó su culminación con la difusión de la peste negra, cuyas consecuencias fueron de todo punto nefastas. "Esta fue la primera et grande pestilencia que es llamada mortandad grande", nos dice la Crónica de Alfonso XI, la cual añade que desde 1348 dicha epidemia estaba causando estragos "en las partes de Francia et de Inglaterra, et de Italia, et aun en Castiella, et en Leon, et en Estremadura, et en otras partidas". Recordemos, por otra parte, que la peste acechaba a los combatientes cristianos que se hallaban en la comarca contigua a la plaza de Gibraltar. El mismo rey de Castilla, Alfonso XI, "ovo una landre y murió", víctima por lo tanto de la peste negra. La peste negra de 1348, no lo olvidemos, fue definida como la primera mortandad, lo que pone de manifiesto el enorme impacto que causó entre sus coetáneos. Y aun hubo en los años siguientes nuevos brotes epidémicos, ya que con una periodicidad decenal reapareció la peste en la Corona de Castilla (1364, 1374, ¿1383?, 1394), pero tanto el radio de acción sobre el que se proyectaban esas epidemias como su virulencia eran cada vez menores. De hecho, ninguno de estos nuevos ramalazos pestilentes alcanzó las dimensiones de la terrorífica peste del año 1348. La pandemia generó un enorme pesimismo y fatalismo en la conciencia colectiva (pero ¿cómo hubiera podido ser de otra manera, si la mitad de la gente que conoces ha muerto y no sabes cómo ni por qué?). Las representaciones de la muerte en la época abundan, y las obras artísticas son, en general, siniestras y mórbidas. Ante semejante calamidad y dolor es muy plausible que los boaleños, también invocasen a San Sebastián, para solicitar su protección ante la cruel enfermedad que tanta mortandad ocasionaba. Invocación que, por otro lado, se reconoce ampliamente extendida a toda la vertiente madrileña de la Sierra de Guadarrama. Con ello, estaríamos admitiendo que la puebla de El Boválo habría sido anterior a la epidemia de peste de 1.348, lo que vendría a confirmar la refundación definitiva de la aldea primitiva en torno al año 1.275, tal y como ya hemos establecido anteriormente.

La primera cita documental de El Boalo que se conoce data del siglo XV y su autor fue el Marqués de Santillana. Se sabe que en sus años de juventud, entre 1423 y 1440, don Íñigo López de Mendoza, I marqués de Santillana, I conde del Real de Manzanares y señor de Hita y Buitrago (1398-1458), compuso sus diez conocidas Serranillas; que tienen como tema central el encuentro de un caballero con una pastora en medio de la montaña. Este encuentro es seguido por un requiebro de amores, que puede terminar en el rechazo por parte la pastora alegando desigualdad social, en la aceptación, o en una suspensión admirativa. La cita de El Boalo a la que nos referimos figura en la segunda estrofa de la Serranilla IV, compuesta por el Marqués de Santillana:


Serranilla IV
I
Por todos estos pinares

nin en el Val de la Gamella,

non ví serrana más bella

que Menga de Mançanares.
II
Desçendiendol yelmo á yusso,
contral bovalo tirando
en esse valle de susso,
ví serrana estar cantando:
saluéla, segunt es uso,
é dixe: "Serrana, estando
oyendo, yo non m'excuso
de façer lo que mandáres."
III
…..................................
Hoy todo el mundo está de acuerdo en que el “bovalo” que aparece en el texto es El Boalo. Y que el “yelmo” es la peña del Yelmo de la Pedriza del Manzanares.

Cuando acaba la Baja Edad Media, en 1.492, El Bóvalo es una aldea o pequeño lugar del Real de Manzanares. Señorío, éste, perteneciente a la Casa del Infantado, que estaba instalada en el castillo de la vecina localidad de Manzanares, y a cuyo frente se situaba en esos años el II Duque del Infantado, D. Íñigo López de Mendoza y Luna.

lunes, 6 de agosto de 2012

Necrópolis visigoda. El Boalo


Aproximación a la historia del pueblo de El Boalo: De la Prehistoria a la Baja Edad Media

      


La historia del pueblo de El Boalo no se puede seguir con rigor y precisión, pues faltan las fuentes documentales necesarias para su estudio. Los documentos antiguos que pudieran figurar en el Archivo Municipal están desaparecidos; también son escasas las citas a la población y sus habitantes en las crónicas generales. Por ello, es más exacto hablar de una aproximación a su historia.

En anterior artículo de este blog -El Boalo: los primeros pobladores- dimos cuenta del hallazgo de indicios de un primer poblamiento en la zona, ubicado en un área de poblado asociado al Túmulo de enterramiento prehistórico de las vegas del río Samburiel, cuya antigüedad se cifra entre tres y cuatro mil años (2.000 a 1.000 a.C.), época que correspondería al Calcolítico, tiempo de transición del Neolítico al periodo del Bronce (la Prehistoria comprende la Edad de Piedra [Paleolítico y Neolítico] y la Edad de los Metales [Cobre, Bronce y Hierro])

Túmulo de las vegas del río Samburiel.
Para situar adecuadamente los tiempos a los que nos vamos a referir en adelante, desde la Prehistoria hasta la Baja Edad Media, conviene recordar la cronología de los tiempos prehistóricos e históricos más antiguos. En este sentido, hablamos de la Prehistoria y primeros tiempos de la Historia con las divisiones siguientes:

Edad de Piedra, inicio de la Prehistoria, comprende dos periodos:
-Paleolítico, el más antiguo, arranca con el origen de la especie humana y se prolonga hasta unos 5.000 años antes de Cristo (a.C.)
-Neolítico, más moderno, se extiende entre los 5.000 a los 2.000 años a.C.

Edad de los Metales, que cierra la Prehistoria, tiene tres periodos: Cobre, Bronce y Hierro. Discurre entre los 2.000 y los 1000 años a.C.

Con la Edad Antigua, que sigue a la anterior, se inicia la Historia coincidiendo con el surgimiento y desarrollo de las primeras civilizaciones o civilizaciones antiguas. El concepto más tradicional de historia antigua presta atención al descubrimiento de la escritura, que convencionalmente la historiografía ha considerado el hito que permite marcar el final de la Prehistoria y el comienzo de la Historia, dada la primacía que otorga a las fuentes escritas frente a la cultura material, que estudia con su propio método la arqueología. La Edad Antigua se prolonga hasta la caída del Imperio Romano a manos de los bárbaros, en el siglo V después de Cristo, en el año 476.

La Edad Media abarca desde el año 476, caída del Imperio Romano de Occidente, hasta el año 1.492, en que se produce el descubrimiento de América. Se divide en dos periodos: Alta Edad Media, desde el año 476 hasta el final del siglo X ; y Baja Edad Media, desde comienzos del siglo XI hasta el año 1.492 (Para algunos estudiosos la Edad Media se inicia en el siglo VIII -en España coincidiría con la invasión de los árabes- pues prefieren denominar a la etapa que va del siglo III al siglo VIII como Antigüedad Tardía)

Por consiguiente, en este trabajo, de acuerdo con su título, cerramos nuestro recorrido histórico en el año 1.000 de nuestra era.


LA EDAD ANTIGUA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

En los primeros siglos de la Edad Antigua, la Península ibérica estuvo habitada por dos pueblos: los íberos y los celtas.  El término íberos es muy ambiguo; designa un grupo étnico de tribus sin cohesión, sin sentimiento de identidad común; son los descendientes de los habitantes prehistóricos de la Península. Los celtas procedían del centro de Europa e invadieron la Península entre los siglos VIII a VI antes de Cristo; su asentamiento se efectúa en varia oleadas y se realiza en casi toda la Península, sólo el sur y la zona más mediterránea (donde habitan los íberos) está aparentemente al margen de esta cultura. La mezcla o fusión de los pueblos celtas con los pueblos iberos da paso a una cultura diferenciada llamada celtibera.

Las tribus consideradas de la etnia celtibérica fueron los arévacos, vacceos, belos, titos, carpetanos, vascones, túrmogos, cántabros, astures, oretanos, várdulos, autrígones, lobetanos, caristos, ilergetes, castellani, edetanos, callaeci, celtici, lusitanos, bastetanos, vettones, turdetanos, etc. Los celtíberos vestían de negro, con el típico sagum galo y ceñidas calzas; se cubrían con una capa o manto con capilla. Su religión era fundamentalmente druídica; sus ritos, celtas; sus sacerdotes muy similares a los druidas. Fueron típicas sus danzas y sacrificios en las noches de plenilunio.

Península Ibérica en época prerromana
También llegaron a la península otros pueblos, atraídos por las riquezas minerales (cobre, estaño, plata), a lo largo de los mil años anteriores al nacimiento de Cristo; así, los fenicios, los griegos y los cartagineses llegaron por el Mediterráneo y se establecieron en sus costas, fundando colonias que llegaron a ser importantes focos comerciales.

Finalmente, los romanos llegaron en el año 218 antes de Cristo para iniciar la conquista de la Península Ibérica, a la que llamaron Hispania. Su presencia llegó hasta principios del siglo V d.C. y su influencia es la base de nuestra cultura actual. Los pueblos que habitaban el territorio ocupado siguieron un proceso de romanización. Es decir: progresivamente fueron asimilando la lengua (el latín, del que deriva nuestra lengua), costumbres y creencias.


EL BOALO HASTA LA EDAD MEDIA

Volviendo a nuestra historia; hemos dejado a los primeros pobladores de El Boalo instalados en el área de poblado prehistórico localizado en las vegas del río Samburiel. Debemos suponer que esa presencia humana del Calcolítico (transición del Neolítico al periodo del Bronce) debió continuar en la zona a lo largo de los años, experimentando, como es natural, las transformaciones que el paso del tiempo ocasiona como resultado de la evolución propia, de invasiones de nuevos colonizadores, de asimilaciones culturales de otros pueblos o, lo que es más común, de la incidencia conjunta de todos los factores citados. La continuidad del asentamiento en la zona fue propiciada por las buenas condiciones que el terreno ofrece; particularmente en el entorno de la confluencia del arroyo Herrero con el río Samburiel, donde se cuenta con agua en abundancia, tierras de labor y prados inmediatos -para explotar la agricultura y la ganadería-, así como cerros próximos -el cerro de la Ermita y el cerro del Rebollar- para instalar las viviendas.

Además, hay que significar que el centro de la península es zona de paso obligado en las comunicaciones norte-sur y este-oeste; y en ese paso, por su situación geográfica, el valle del río Samburiel debió jugar un papel importante en la penetración humana por la vertiente sur de la Sierra del Guadarrama, pues a través de él se enlazan los pasos de la Sierra con el valle del río Manzanares, que es -junto a los valles del Guadarrama y del Jarama- una de las vías naturales de comunicación que unen las montañas del Sistema Central con la depresión del Tajo.

Los pobladores que en torno al año 300 a. C. ocupaban la zona sur de la Sierra de Guadarrama eran de etnia celtíbera, pertenecientes al pueblo carpetano. Los carpetanos eran una tribu que se extendía desde la Sierra de Guadarrama hasta el Tajo. Su capital era Mantua Carpetana, ciudad aún no encontrada por los arqueólogos y que, según muchos historiadores, podría hallarse bajo el terreno del actual Móstoles, en Madrid. El nombre de carpetanos viene de Montes Carpetanos, que es como designó el escritor griego Estrabón a la parte norte de la alineación montañosa principal de la Sierra de Guadarrama, que separa Segovia de Madrid. La situación de los carpetanos en relación a otros pueblos celtíberos los ubicaba al oeste de los Olcades, al norte de los Oretanos, al este y sur de los Vacceos y Vetones.

Los carpetanos ocupaban el centro de la Península
Poco más se sabe de sus características culturales, debido a la escasez de textos históricos y la ausencia de excavaciones arqueológicas. De su panteón religioso solo se puede citar algún rasgo, como la adoración que profesaban a la diosa Ataecina. 

Las ciudades y aldeas suelen estar emplazadas en altozanos situados en llanos propicios a la agricultura. La gran riqueza celtibérica era el ganado lanar, bovino o caballar.

En el siglo II después de Cristo, Ptolomeo, un geógrafo e historiador de la ciudad de Alejandría, en Egipto, hablaba de la existencia de dieciocho ciudades (poleis) en territorio de los carpetanos en el momento de la conquista romana: Iturbida, Egelesta, llarcuris, Varada, Thermida, Titulcia, Mantua, Toletum, Complutum, Libora, Ispinum, Metercosa, Bamacis, Altemia, Patemiana, Rigusa, Laminium y Caracca. Algunas de ellas perviven hoy como ciudades importantes (Toledo, Alcalá de Henares) o como pueblos (Titulcia). Pero de otras se ha perdido todo rastro. Tal es el caso de Egelesta, a la que Plinio también habla citado en su "Historia Natural". Los estudios sobre las coordenadas que ofrece Ptolomeo pemiten deducir, con cierto margen de aproximación, que Egelesta se hallaba situada en un cuadrante comprendido entre los 40° 25'-40° 23' de latitud y los 3° 53' de longitud, o lo que es lo mismo, en algún punto dentro del área limitada por Pozuelo de Alarcón, Villaviciosa de Odón y Alcorcón.

Tenemos noticias de la presencia de pueblos carpetanos en zonas próximas a El Boalo. Así, Collado Villalba fija su raígambre celtíbera como pueblo carpetano, con dos gentilidades bien documentadas: “Amia Elarig” y “Cantaber Elquisme”, así como con una cobija de granito cortada de una estela donde tiene grabado un texto indescifrable que, visto en conjunto semeja a una Venus. Y también se citan ceremonias druidas en La Pedriza, dentro del término del vecino pueblo de Manzanares El Real.

Cerros de "El Rebollar" y "La Ermita". El Boalo
Por ello, aunque no se han encontrado restos -tampoco se han buscado- no es descabellado suponer que en el entorno de los cerros de "El Rebollar" y de "La Ermita" pudiera haber estado ubicado un pequeño poblado carpetano, continuador de la presencia humana más primitiva descubierta en la zona de las vegas del río Samburiel (cabe recordar aquí que las aldeas y poblados celtíberos suelen estar emplazados en altozanos situados en llanos propicios a la agricultura). No se puede saber bien cómo era la estructura de la propiedad territorial en este tipo de poblados, pero cabe pensar que dada su economía fundamentalmente pastoril, existirían unos terrenos comunales, mientras que los ganados pertenecerían a diversas familias y constituirían la expresión de la riqueza de cada una de ellas.

La zona centro de la Península no tuvo contactos con las colonias de los pueblos colonizadores: griegos y fenicios y cartagineses. Sin embargo, hacia el 220 a. C. la vertiente Sur de la Sierra del Guadarrama fue campo de batalla para cartagineses y celtíberos (unidos éstos en alianza con los romanos), al ser Aníbal atacado por los carpetanos a su regreso de Zamora y Salamanca, cuando cruzaba la Sierra antes de alcanzar el Tajo.

Precisamente, la presencia de los cartagineses en la Península Ibérica motivó la entrada en ésta de sus enemigos: los romanos. En el año 218 a. C. Roma invade la Península Ibérica condicionada por el desarrollo de su enfrentamiento con Cartago por el dominio del Mediterráneo, resuelto con las Guerras Púnicas. Tras la 1ª Guerra Púnica, desarrollada entre los años 264 al 241  a. C. y cerrada con el llamado pacto del Ebro, Cartago pretende rehacerse en base a la Península y ataca a la ciudad de Sagunto, fiel amiga de los romanos, al tiempo que Aníbal emprende su famosa campaña de los elefantes contra Roma, dando así inicio la 2ª Guerra Púnica (entre los años 218 al 201 a. C.) en el transcurso de la cual los romanos tomarán la Península Ibérica : Publio Cornelio Escipión (“el Africano") desembarca en el 218 a. C. en Ampurias (Gerona) con la finalidad de desmontar los apoyos de Aníbal en su campaña contra Roma. Consigue sus propósitos y Cartago es expulsada de la Península Ibérica, trasladándose la guerra al continente africano. Para facilitar su triunfo, Roma había realizado pactos con algunas de las tribus peninsulares, a las que "ayudó" a liberarse del yugo cartaginés. Tras la victoria, Roma incumple sus pactos, lo que hace que sus antiguos aliados se rebelen contra ella; Scipión somete a los rebeldes e impone una paz muy dura que marca el comienzo del proceso romanizador.

Roma termina dominando casi toda la península (excepto la zona cántabra y vasca) en el año 19 a.C. Los romanos impusieron en Hispania -nombre de la provincia romana que abarcaba toda la Península Ibérica- su organización, lengua, leyes y forma de gobierno. Asimismo, bajo el dominio de Roma se construyeron numerosos edificios y obras públicas que aún se conservan. La dominación romana duró hasta el siglo V, finalizando con la invasión del Imperio Romano de Occidente por los bárbaros, en el año 476. Esta fecha marca también el final de la Edad Antigua.

No se han encontrado restos romanos en el entorno de El Boalo, aunque se sabe que la Sierra del Guadarrama estaba cruzada por la cercana calzada romana que el itinerario Antonino marca de Titulcia a Segovia, y en cuyo recorrido por la Sierra se dice había una mansión romana en Miacum (Collado Mediano). 


Calzada romana (restaurada) Titulcia-Segovia, a su paso por Galapagar
No obstante, cabe recordar que por el límite del término de El Boalo pasa la Cañada Real Segoviana, con un descansadero a orillas del río Samburiel; es sabido que las cañadas solían trazarse siguiendo antiguos caminos romanos, por ello cabe suponer que próximo a las vegas del río Samburiel discurría un camino romano que unía el puerto de Somosierra, pasando por Buitrago de Lozoya, Bustarviejo, Miraflores de la Sierra y Manzanares El Real, con la calzada romana antes citada. El posible itinerario de dicho camino por la zona de las vegas del río Samburiel nos lo puede recordar el trazado de la actual carretera M-608, en su tramo de Manzanares El Real a Cerceda.

Paso de la Cañada Real Segoviana por el río Samburiel


EL BOALO EN LA ALTA EDAD MEDIA

En el año 409, suevos, alanos y vándalos invadieron la Península Ibérica. Pocos años después, en el 416, los visigodos entraron en Hispania como aliados de Roma, expulsando a alanos y vándalos de la península y arrinconando a los suevos en la Gallaecia.

La primera idea de Hispania/España como país se materializa con la monarquía visigoda. Los visigodos aspiraban a la unidad territorial de toda Hispania y la consiguieron con las sucesivas derrotas a los suevos, vascones y bizantinos. Estos últimos dominaron el sur peninsular desde la segunda mitad del siglo VI situando su capital en Carthago Spartaria, actual Cartagena. La invasión visigoda de la ciudad llevada a cabo por Suintila en la primera mitad del siglo VII, año 625, puso fin a esta etapa. La unidad religiosa vendría con la reconciliación de católicos y arrianos y con los concilios de la Iglesia Visigoda, un órgano en el que, reunidos en asamblea, el rey y los obispos de todas las diócesis del reino sometían a consideración asuntos de naturaleza tanto política como religiosa, con vocación de legislar en todo el territorio nacional. La monarquía visigoda estableció además una capital que centralizaba tanto el poder político como el religioso en Toletum. Sin embargo, el carácter electivo de la monarquía visigótica determinó casi siempre una enorme inestabilidad política caracterizada por continuas rebeliones y asesinatos.


Un cementerio visigodo en El Boalo

Allá por los años sesenta del siglo pasado, un vecino del pueblo, Victorio Rozalen, y un trabajador portugués, Felipe Sabaria, estaban efectuando tareas de repoblación de pinos en un lugar conocido como cerro de El Rebollar, en las proximidades de la confluencia del arroyo del Herrero con el río Samburiel (este lugar se encuentra en las inmediaciones del cruce de la carretera M-608, Torrelaguna-El Escorial, con la M-617, que lleva en dirección a El Boalo y Mataelpino)

En esa faena estaban, cuando descubrieron una extensa necrópolis y varias tumbas dispersas unas de otras. Sobre el terreno había grandes losas que al ser levantadas dejaban al descubierto restos óseos, esqueletos humanos y, en algunos casos, también se encontraban ánforas de barro y monedas de cobre.


Modelo de tumba antropomórfica. El Boalo
Las personas que hicieron los hallazgos lo notificaron y a partir de ahí, vinieron “arqueólogos” de diversos puntos: unos se llevaban los restos para hacer estudios, otros, al decir de las gentes, simplemente se los llevaban. Nadie volvió ni notificó nada, nadie dio información de los estudios realizados. Hoy casi se dan por desaparecidos tales hallazgos. Hay quien dice que se encuentran en algún museo arqueológico o etnológico de Madrid, otros que alguien los depositó en una Universidad.


Estado actual de la necrópolis visigoda. El Boalo
De los primeros datos obtenidos se puede afirmar que había tumbas cuyas dimensiones estaban entre 2,25 x 0,75m. y 1,80 x 1,00m.,y otras más pequeñas, de 1,70 x 0,60m, que podrían ser de tumbas de niños.


Hueco excavado de una tumba
En 1.999 se realizaron en la zona unas excavaciones previas a la construcción de la colonia de chalets del mismo nombre que allí se edificó. Se pudo determinar que la necrópolis estaba constituida por unas 100 tumbas, muchas de ellas simples huecos en la tierra rodeados de lajas de piedra, pertenecientes a gente pobre, y otras excavadas en la roca, antropomórficas, de algunas familias ricas, cubiertas con grandes lajas.


Lajas de piedra que cubrían las tumbas
Estas tumbas datan del siglo VI o VII y ponen de manifiesto la existencia de un asentamiento de época visigoda en El Boalo.

Cerramiento construido para protección de la necrópolis
Se han encontrado también tumbas antropomórficas excavadas en la piedra en otros lugares de El Boalo. En este sentido, se citan hallazgos de tumbas de esas mismas características en la calle de El Vallejuelo y en el prado "Cercas Viejas".

Tumba antropomórfica excavada en la roca
El asentamiento visigodo de El Boalo, salvo que hubiera surgido por generación espontánea, viene a abonar la idea de que desde tiempos del Calcolítico ha existido en la zona un asentamiento humano, estable y continuado, con poco número de pobladores, dedicados a faenas agrícola-pastoriles, que sobrevivían explotando los recursos del área de confluencia del arroyo Herrero con el río Samburiel, así como las vegas, prados y montes que contornan dicho lugar.


La época musulmana

El año 711, tras la victoria de los árabes frente a los godos en la batalla de Guadalete, se inició la Invasión musulmana de la Península Ibérica. El avance musulmán fue veloz. En el 712 cayó Toledo, la primera capital visigoda. Desde entonces, fueron avanzando hacia el norte, y todas las ciudades fueron capitulando o conquistadas. En el 716 controlaban toda la península, aunque en el norte ese dominio era más nominal que militar.

En el año 775 el emir Abd al-Rahman I se independiza del poder de  Damasco, convirtiendo la península en un emirato independiente o provincia del imperio árabe, denominada Al-Andalus, con capital en la ciudad de Córdoba. Más adelante, en el 929, con Abd al-Rahman III, pasó a ser el califato de Córdoba (reino).  En este momento las fronteras con tierras cristianas por el centro y el oeste estaban prácticamente delimitadas por la larga cordillera del Sistema Central, llamada por los musulmanes Al-Sarrat, según el nombre latino arabizado. Durante los siguientes tres siglos esta fue la frontera natural entre la Cristiandad y la Hispania Musulmana. De hecho estas zonas se mantenían casi permanentemente en estado de alerta ante la proximidad de los ejércitos cristianos, o más tempranamente por levantamientos de grupos pastoriles que habitaban las montañas y que vivieron durante muchos años bajo duras condiciones de miseria y hambre impuestas por la clase dominante de origen sirio o yemení. Lo que si ocurría cada verano era la organización de aceifas u operaciones de castigo que con la llegada del buen tiempo cruzaban al-Sarrat en correría. Sin embargo, en la vertiente norte, entre el Duero y el Sistema Central, su dominio nunca fue efectivo y por ello los geógrafos musulmanes no mencionan nunca kuras o provincias musulmanas al norte del Guadarrama (nombre de origen árabe según algunos arabistas: Wadi-r-Ramal o  Guad-a-rambla, que significa “río de arena”)

Para defender sus fronteras los árabes establecieron Marcas. La vertiente sur del Sistema Central pertenecía a la Marca Media, con capital en Toledo. Existía un sistema de fortificaciones estratégicamente bien situadas para defenderse de las incursiones cristianas. Así, cerca del paso de Somosierra se encontraba la amurallada población de Buitrago de Lozoya. Para proteger el curso del río Jarama estaban las murallas de Talamanca, y algo más al norte la atalaya de Torrelaguna. En la orilla izquierda del río Manzanares se levantaba la fortaleza de Madrid. Finalmente, el valle del río Guadarrama estaba vigilado por el castillo de Calatalifa (actual Villaviciosa de Odón)

Atalaya árabe de Torrelodones (restaurada en 1928)
Y en el curso de sus incursiones bélicas a la mitad norte peninsular los árabes tuvieron que cruzar la sierra de Guadarrama repetidas veces, frecuentemente por el paso de Balat Humayt, cerca del actual puerto de Guadarrama, llamado años más tarde puerto de Balathome o Valatome, y también por el paso de Somosierra, en árabe: Fayy al-Sarrat, aunque probablemente conocerían también otros pasos de la Sierra (Fuenfría, Arcones, Galve, etc.)

Los invasores árabes no fueron muy numerosos, por ello ocuparon los centros de poder permitiendo que la población visigoda se mantuviera en el territorio. De hecho, la población quedó estructurada como sigue: 1) Los árabes, pocos, ocupan los altos cargos y los mejores terrenos. 2) Los bereberes: son más y ocupan puestos intermedios. 3) los hispanos se reparten en tres grupos: los muladies, hispanos convertidos al Islam; los mozarabes, hispanos que mantienen su cristianismo; y los judios, que viven en las ciudades y se dedican al comercio. En este contexto, la Sierra de Guadarrama continuó siendo una zona poco poblada, explotada básicamente por pastores.

En El Boalo no hay vestigios claros de la presencia árabe. No obstante, sí los hay en poblaciones próximas como Collado Villalba, donde se han encontrado bóvedas de ladrillo relacionadas con algunas fuentes. En este sentido, también en El Boalo se encontraron hace años estructuras de bóvedas de ladrillos, relacionadas con hornos o conducciones de agua, en el prado de “Las Ánimas”, cuando se hacían los cimientos de algunas casas (así lo recuerda Eusebio González de Lema, que vio tales estructuras en los solares donde hoy se ubican las casas de sus hermanos Fernando y “Cano”). 

En todo caso, los pobladores del asentamiento visigodo de El Boalo debieron continuar viviendo en la zona tras la invasión árabe. No hay razón alguna para suponer su extinción total, si bien, la población situada al sur de la Sierra pudo haberse visto reducida aun más como consecuencia de que la Marca Media, a la que pertenecía, fue durante siglos la frontera entre los reinos cristianos y Al-Andalus y tuvo que soportar, por ello, las correrías de todos. Así, se puede aventurar que, hacia el año 1.000, en la zona de El Boalo continuaba existiendo un pequeño asentamiento de población, que sobrevivía con su ganado explotando las vegas del río Samburiel y los montes y prados cercanos.