lunes, 6 de agosto de 2012

Necrópolis visigoda. El Boalo


Aproximación a la historia del pueblo de El Boalo: De la Prehistoria a la Baja Edad Media

      


La historia del pueblo de El Boalo no se puede seguir con rigor y precisión, pues faltan las fuentes documentales necesarias para su estudio. Los documentos antiguos que pudieran figurar en el Archivo Municipal están desaparecidos; también son escasas las citas a la población y sus habitantes en las crónicas generales. Por ello, es más exacto hablar de una aproximación a su historia.

En anterior artículo de este blog -El Boalo: los primeros pobladores- dimos cuenta del hallazgo de indicios de un primer poblamiento en la zona, ubicado en un área de poblado asociado al Túmulo de enterramiento prehistórico de las vegas del río Samburiel, cuya antigüedad se cifra entre tres y cuatro mil años (2.000 a 1.000 a.C.), época que correspondería al Calcolítico, tiempo de transición del Neolítico al periodo del Bronce (la Prehistoria comprende la Edad de Piedra [Paleolítico y Neolítico] y la Edad de los Metales [Cobre, Bronce y Hierro])

Túmulo de las vegas del río Samburiel.
Para situar adecuadamente los tiempos a los que nos vamos a referir en adelante, desde la Prehistoria hasta la Baja Edad Media, conviene recordar la cronología de los tiempos prehistóricos e históricos más antiguos. En este sentido, hablamos de la Prehistoria y primeros tiempos de la Historia con las divisiones siguientes:

Edad de Piedra, inicio de la Prehistoria, comprende dos periodos:
-Paleolítico, el más antiguo, arranca con el origen de la especie humana y se prolonga hasta unos 5.000 años antes de Cristo (a.C.)
-Neolítico, más moderno, se extiende entre los 5.000 a los 2.000 años a.C.

Edad de los Metales, que cierra la Prehistoria, tiene tres periodos: Cobre, Bronce y Hierro. Discurre entre los 2.000 y los 1000 años a.C.

Con la Edad Antigua, que sigue a la anterior, se inicia la Historia coincidiendo con el surgimiento y desarrollo de las primeras civilizaciones o civilizaciones antiguas. El concepto más tradicional de historia antigua presta atención al descubrimiento de la escritura, que convencionalmente la historiografía ha considerado el hito que permite marcar el final de la Prehistoria y el comienzo de la Historia, dada la primacía que otorga a las fuentes escritas frente a la cultura material, que estudia con su propio método la arqueología. La Edad Antigua se prolonga hasta la caída del Imperio Romano a manos de los bárbaros, en el siglo V después de Cristo, en el año 476.

La Edad Media abarca desde el año 476, caída del Imperio Romano de Occidente, hasta el año 1.492, en que se produce el descubrimiento de América. Se divide en dos periodos: Alta Edad Media, desde el año 476 hasta el final del siglo X ; y Baja Edad Media, desde comienzos del siglo XI hasta el año 1.492 (Para algunos estudiosos la Edad Media se inicia en el siglo VIII -en España coincidiría con la invasión de los árabes- pues prefieren denominar a la etapa que va del siglo III al siglo VIII como Antigüedad Tardía)

Por consiguiente, en este trabajo, de acuerdo con su título, cerramos nuestro recorrido histórico en el año 1.000 de nuestra era.


LA EDAD ANTIGUA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

En los primeros siglos de la Edad Antigua, la Península ibérica estuvo habitada por dos pueblos: los íberos y los celtas.  El término íberos es muy ambiguo; designa un grupo étnico de tribus sin cohesión, sin sentimiento de identidad común; son los descendientes de los habitantes prehistóricos de la Península. Los celtas procedían del centro de Europa e invadieron la Península entre los siglos VIII a VI antes de Cristo; su asentamiento se efectúa en varia oleadas y se realiza en casi toda la Península, sólo el sur y la zona más mediterránea (donde habitan los íberos) está aparentemente al margen de esta cultura. La mezcla o fusión de los pueblos celtas con los pueblos iberos da paso a una cultura diferenciada llamada celtibera.

Las tribus consideradas de la etnia celtibérica fueron los arévacos, vacceos, belos, titos, carpetanos, vascones, túrmogos, cántabros, astures, oretanos, várdulos, autrígones, lobetanos, caristos, ilergetes, castellani, edetanos, callaeci, celtici, lusitanos, bastetanos, vettones, turdetanos, etc. Los celtíberos vestían de negro, con el típico sagum galo y ceñidas calzas; se cubrían con una capa o manto con capilla. Su religión era fundamentalmente druídica; sus ritos, celtas; sus sacerdotes muy similares a los druidas. Fueron típicas sus danzas y sacrificios en las noches de plenilunio.

Península Ibérica en época prerromana
También llegaron a la península otros pueblos, atraídos por las riquezas minerales (cobre, estaño, plata), a lo largo de los mil años anteriores al nacimiento de Cristo; así, los fenicios, los griegos y los cartagineses llegaron por el Mediterráneo y se establecieron en sus costas, fundando colonias que llegaron a ser importantes focos comerciales.

Finalmente, los romanos llegaron en el año 218 antes de Cristo para iniciar la conquista de la Península Ibérica, a la que llamaron Hispania. Su presencia llegó hasta principios del siglo V d.C. y su influencia es la base de nuestra cultura actual. Los pueblos que habitaban el territorio ocupado siguieron un proceso de romanización. Es decir: progresivamente fueron asimilando la lengua (el latín, del que deriva nuestra lengua), costumbres y creencias.


EL BOALO HASTA LA EDAD MEDIA

Volviendo a nuestra historia; hemos dejado a los primeros pobladores de El Boalo instalados en el área de poblado prehistórico localizado en las vegas del río Samburiel. Debemos suponer que esa presencia humana del Calcolítico (transición del Neolítico al periodo del Bronce) debió continuar en la zona a lo largo de los años, experimentando, como es natural, las transformaciones que el paso del tiempo ocasiona como resultado de la evolución propia, de invasiones de nuevos colonizadores, de asimilaciones culturales de otros pueblos o, lo que es más común, de la incidencia conjunta de todos los factores citados. La continuidad del asentamiento en la zona fue propiciada por las buenas condiciones que el terreno ofrece; particularmente en el entorno de la confluencia del arroyo Herrero con el río Samburiel, donde se cuenta con agua en abundancia, tierras de labor y prados inmediatos -para explotar la agricultura y la ganadería-, así como cerros próximos -el cerro de la Ermita y el cerro del Rebollar- para instalar las viviendas.

Además, hay que significar que el centro de la península es zona de paso obligado en las comunicaciones norte-sur y este-oeste; y en ese paso, por su situación geográfica, el valle del río Samburiel debió jugar un papel importante en la penetración humana por la vertiente sur de la Sierra del Guadarrama, pues a través de él se enlazan los pasos de la Sierra con el valle del río Manzanares, que es -junto a los valles del Guadarrama y del Jarama- una de las vías naturales de comunicación que unen las montañas del Sistema Central con la depresión del Tajo.

Los pobladores que en torno al año 300 a. C. ocupaban la zona sur de la Sierra de Guadarrama eran de etnia celtíbera, pertenecientes al pueblo carpetano. Los carpetanos eran una tribu que se extendía desde la Sierra de Guadarrama hasta el Tajo. Su capital era Mantua Carpetana, ciudad aún no encontrada por los arqueólogos y que, según muchos historiadores, podría hallarse bajo el terreno del actual Móstoles, en Madrid. El nombre de carpetanos viene de Montes Carpetanos, que es como designó el escritor griego Estrabón a la parte norte de la alineación montañosa principal de la Sierra de Guadarrama, que separa Segovia de Madrid. La situación de los carpetanos en relación a otros pueblos celtíberos los ubicaba al oeste de los Olcades, al norte de los Oretanos, al este y sur de los Vacceos y Vetones.

Los carpetanos ocupaban el centro de la Península
Poco más se sabe de sus características culturales, debido a la escasez de textos históricos y la ausencia de excavaciones arqueológicas. De su panteón religioso solo se puede citar algún rasgo, como la adoración que profesaban a la diosa Ataecina. 

Las ciudades y aldeas suelen estar emplazadas en altozanos situados en llanos propicios a la agricultura. La gran riqueza celtibérica era el ganado lanar, bovino o caballar.

En el siglo II después de Cristo, Ptolomeo, un geógrafo e historiador de la ciudad de Alejandría, en Egipto, hablaba de la existencia de dieciocho ciudades (poleis) en territorio de los carpetanos en el momento de la conquista romana: Iturbida, Egelesta, llarcuris, Varada, Thermida, Titulcia, Mantua, Toletum, Complutum, Libora, Ispinum, Metercosa, Bamacis, Altemia, Patemiana, Rigusa, Laminium y Caracca. Algunas de ellas perviven hoy como ciudades importantes (Toledo, Alcalá de Henares) o como pueblos (Titulcia). Pero de otras se ha perdido todo rastro. Tal es el caso de Egelesta, a la que Plinio también habla citado en su "Historia Natural". Los estudios sobre las coordenadas que ofrece Ptolomeo pemiten deducir, con cierto margen de aproximación, que Egelesta se hallaba situada en un cuadrante comprendido entre los 40° 25'-40° 23' de latitud y los 3° 53' de longitud, o lo que es lo mismo, en algún punto dentro del área limitada por Pozuelo de Alarcón, Villaviciosa de Odón y Alcorcón.

Tenemos noticias de la presencia de pueblos carpetanos en zonas próximas a El Boalo. Así, Collado Villalba fija su raígambre celtíbera como pueblo carpetano, con dos gentilidades bien documentadas: “Amia Elarig” y “Cantaber Elquisme”, así como con una cobija de granito cortada de una estela donde tiene grabado un texto indescifrable que, visto en conjunto semeja a una Venus. Y también se citan ceremonias druidas en La Pedriza, dentro del término del vecino pueblo de Manzanares El Real.

Cerros de "El Rebollar" y "La Ermita". El Boalo
Por ello, aunque no se han encontrado restos -tampoco se han buscado- no es descabellado suponer que en el entorno de los cerros de "El Rebollar" y de "La Ermita" pudiera haber estado ubicado un pequeño poblado carpetano, continuador de la presencia humana más primitiva descubierta en la zona de las vegas del río Samburiel (cabe recordar aquí que las aldeas y poblados celtíberos suelen estar emplazados en altozanos situados en llanos propicios a la agricultura). No se puede saber bien cómo era la estructura de la propiedad territorial en este tipo de poblados, pero cabe pensar que dada su economía fundamentalmente pastoril, existirían unos terrenos comunales, mientras que los ganados pertenecerían a diversas familias y constituirían la expresión de la riqueza de cada una de ellas.

La zona centro de la Península no tuvo contactos con las colonias de los pueblos colonizadores: griegos y fenicios y cartagineses. Sin embargo, hacia el 220 a. C. la vertiente Sur de la Sierra del Guadarrama fue campo de batalla para cartagineses y celtíberos (unidos éstos en alianza con los romanos), al ser Aníbal atacado por los carpetanos a su regreso de Zamora y Salamanca, cuando cruzaba la Sierra antes de alcanzar el Tajo.

Precisamente, la presencia de los cartagineses en la Península Ibérica motivó la entrada en ésta de sus enemigos: los romanos. En el año 218 a. C. Roma invade la Península Ibérica condicionada por el desarrollo de su enfrentamiento con Cartago por el dominio del Mediterráneo, resuelto con las Guerras Púnicas. Tras la 1ª Guerra Púnica, desarrollada entre los años 264 al 241  a. C. y cerrada con el llamado pacto del Ebro, Cartago pretende rehacerse en base a la Península y ataca a la ciudad de Sagunto, fiel amiga de los romanos, al tiempo que Aníbal emprende su famosa campaña de los elefantes contra Roma, dando así inicio la 2ª Guerra Púnica (entre los años 218 al 201 a. C.) en el transcurso de la cual los romanos tomarán la Península Ibérica : Publio Cornelio Escipión (“el Africano") desembarca en el 218 a. C. en Ampurias (Gerona) con la finalidad de desmontar los apoyos de Aníbal en su campaña contra Roma. Consigue sus propósitos y Cartago es expulsada de la Península Ibérica, trasladándose la guerra al continente africano. Para facilitar su triunfo, Roma había realizado pactos con algunas de las tribus peninsulares, a las que "ayudó" a liberarse del yugo cartaginés. Tras la victoria, Roma incumple sus pactos, lo que hace que sus antiguos aliados se rebelen contra ella; Scipión somete a los rebeldes e impone una paz muy dura que marca el comienzo del proceso romanizador.

Roma termina dominando casi toda la península (excepto la zona cántabra y vasca) en el año 19 a.C. Los romanos impusieron en Hispania -nombre de la provincia romana que abarcaba toda la Península Ibérica- su organización, lengua, leyes y forma de gobierno. Asimismo, bajo el dominio de Roma se construyeron numerosos edificios y obras públicas que aún se conservan. La dominación romana duró hasta el siglo V, finalizando con la invasión del Imperio Romano de Occidente por los bárbaros, en el año 476. Esta fecha marca también el final de la Edad Antigua.

No se han encontrado restos romanos en el entorno de El Boalo, aunque se sabe que la Sierra del Guadarrama estaba cruzada por la cercana calzada romana que el itinerario Antonino marca de Titulcia a Segovia, y en cuyo recorrido por la Sierra se dice había una mansión romana en Miacum (Collado Mediano). 


Calzada romana (restaurada) Titulcia-Segovia, a su paso por Galapagar
No obstante, cabe recordar que por el límite del término de El Boalo pasa la Cañada Real Segoviana, con un descansadero a orillas del río Samburiel; es sabido que las cañadas solían trazarse siguiendo antiguos caminos romanos, por ello cabe suponer que próximo a las vegas del río Samburiel discurría un camino romano que unía el puerto de Somosierra, pasando por Buitrago de Lozoya, Bustarviejo, Miraflores de la Sierra y Manzanares El Real, con la calzada romana antes citada. El posible itinerario de dicho camino por la zona de las vegas del río Samburiel nos lo puede recordar el trazado de la actual carretera M-608, en su tramo de Manzanares El Real a Cerceda.

Paso de la Cañada Real Segoviana por el río Samburiel


EL BOALO EN LA ALTA EDAD MEDIA

En el año 409, suevos, alanos y vándalos invadieron la Península Ibérica. Pocos años después, en el 416, los visigodos entraron en Hispania como aliados de Roma, expulsando a alanos y vándalos de la península y arrinconando a los suevos en la Gallaecia.

La primera idea de Hispania/España como país se materializa con la monarquía visigoda. Los visigodos aspiraban a la unidad territorial de toda Hispania y la consiguieron con las sucesivas derrotas a los suevos, vascones y bizantinos. Estos últimos dominaron el sur peninsular desde la segunda mitad del siglo VI situando su capital en Carthago Spartaria, actual Cartagena. La invasión visigoda de la ciudad llevada a cabo por Suintila en la primera mitad del siglo VII, año 625, puso fin a esta etapa. La unidad religiosa vendría con la reconciliación de católicos y arrianos y con los concilios de la Iglesia Visigoda, un órgano en el que, reunidos en asamblea, el rey y los obispos de todas las diócesis del reino sometían a consideración asuntos de naturaleza tanto política como religiosa, con vocación de legislar en todo el territorio nacional. La monarquía visigoda estableció además una capital que centralizaba tanto el poder político como el religioso en Toletum. Sin embargo, el carácter electivo de la monarquía visigótica determinó casi siempre una enorme inestabilidad política caracterizada por continuas rebeliones y asesinatos.


Un cementerio visigodo en El Boalo

Allá por los años sesenta del siglo pasado, un vecino del pueblo, Victorio Rozalen, y un trabajador portugués, Felipe Sabaria, estaban efectuando tareas de repoblación de pinos en un lugar conocido como cerro de El Rebollar, en las proximidades de la confluencia del arroyo del Herrero con el río Samburiel (este lugar se encuentra en las inmediaciones del cruce de la carretera M-608, Torrelaguna-El Escorial, con la M-617, que lleva en dirección a El Boalo y Mataelpino)

En esa faena estaban, cuando descubrieron una extensa necrópolis y varias tumbas dispersas unas de otras. Sobre el terreno había grandes losas que al ser levantadas dejaban al descubierto restos óseos, esqueletos humanos y, en algunos casos, también se encontraban ánforas de barro y monedas de cobre.


Modelo de tumba antropomórfica. El Boalo
Las personas que hicieron los hallazgos lo notificaron y a partir de ahí, vinieron “arqueólogos” de diversos puntos: unos se llevaban los restos para hacer estudios, otros, al decir de las gentes, simplemente se los llevaban. Nadie volvió ni notificó nada, nadie dio información de los estudios realizados. Hoy casi se dan por desaparecidos tales hallazgos. Hay quien dice que se encuentran en algún museo arqueológico o etnológico de Madrid, otros que alguien los depositó en una Universidad.


Estado actual de la necrópolis visigoda. El Boalo
De los primeros datos obtenidos se puede afirmar que había tumbas cuyas dimensiones estaban entre 2,25 x 0,75m. y 1,80 x 1,00m.,y otras más pequeñas, de 1,70 x 0,60m, que podrían ser de tumbas de niños.


Hueco excavado de una tumba
En 1.999 se realizaron en la zona unas excavaciones previas a la construcción de la colonia de chalets del mismo nombre que allí se edificó. Se pudo determinar que la necrópolis estaba constituida por unas 100 tumbas, muchas de ellas simples huecos en la tierra rodeados de lajas de piedra, pertenecientes a gente pobre, y otras excavadas en la roca, antropomórficas, de algunas familias ricas, cubiertas con grandes lajas.


Lajas de piedra que cubrían las tumbas
Estas tumbas datan del siglo VI o VII y ponen de manifiesto la existencia de un asentamiento de época visigoda en El Boalo.

Cerramiento construido para protección de la necrópolis
Se han encontrado también tumbas antropomórficas excavadas en la piedra en otros lugares de El Boalo. En este sentido, se citan hallazgos de tumbas de esas mismas características en la calle de El Vallejuelo y en el prado "Cercas Viejas".

Tumba antropomórfica excavada en la roca
El asentamiento visigodo de El Boalo, salvo que hubiera surgido por generación espontánea, viene a abonar la idea de que desde tiempos del Calcolítico ha existido en la zona un asentamiento humano, estable y continuado, con poco número de pobladores, dedicados a faenas agrícola-pastoriles, que sobrevivían explotando los recursos del área de confluencia del arroyo Herrero con el río Samburiel, así como las vegas, prados y montes que contornan dicho lugar.


La época musulmana

El año 711, tras la victoria de los árabes frente a los godos en la batalla de Guadalete, se inició la Invasión musulmana de la Península Ibérica. El avance musulmán fue veloz. En el 712 cayó Toledo, la primera capital visigoda. Desde entonces, fueron avanzando hacia el norte, y todas las ciudades fueron capitulando o conquistadas. En el 716 controlaban toda la península, aunque en el norte ese dominio era más nominal que militar.

En el año 775 el emir Abd al-Rahman I se independiza del poder de  Damasco, convirtiendo la península en un emirato independiente o provincia del imperio árabe, denominada Al-Andalus, con capital en la ciudad de Córdoba. Más adelante, en el 929, con Abd al-Rahman III, pasó a ser el califato de Córdoba (reino).  En este momento las fronteras con tierras cristianas por el centro y el oeste estaban prácticamente delimitadas por la larga cordillera del Sistema Central, llamada por los musulmanes Al-Sarrat, según el nombre latino arabizado. Durante los siguientes tres siglos esta fue la frontera natural entre la Cristiandad y la Hispania Musulmana. De hecho estas zonas se mantenían casi permanentemente en estado de alerta ante la proximidad de los ejércitos cristianos, o más tempranamente por levantamientos de grupos pastoriles que habitaban las montañas y que vivieron durante muchos años bajo duras condiciones de miseria y hambre impuestas por la clase dominante de origen sirio o yemení. Lo que si ocurría cada verano era la organización de aceifas u operaciones de castigo que con la llegada del buen tiempo cruzaban al-Sarrat en correría. Sin embargo, en la vertiente norte, entre el Duero y el Sistema Central, su dominio nunca fue efectivo y por ello los geógrafos musulmanes no mencionan nunca kuras o provincias musulmanas al norte del Guadarrama (nombre de origen árabe según algunos arabistas: Wadi-r-Ramal o  Guad-a-rambla, que significa “río de arena”)

Para defender sus fronteras los árabes establecieron Marcas. La vertiente sur del Sistema Central pertenecía a la Marca Media, con capital en Toledo. Existía un sistema de fortificaciones estratégicamente bien situadas para defenderse de las incursiones cristianas. Así, cerca del paso de Somosierra se encontraba la amurallada población de Buitrago de Lozoya. Para proteger el curso del río Jarama estaban las murallas de Talamanca, y algo más al norte la atalaya de Torrelaguna. En la orilla izquierda del río Manzanares se levantaba la fortaleza de Madrid. Finalmente, el valle del río Guadarrama estaba vigilado por el castillo de Calatalifa (actual Villaviciosa de Odón)

Atalaya árabe de Torrelodones (restaurada en 1928)
Y en el curso de sus incursiones bélicas a la mitad norte peninsular los árabes tuvieron que cruzar la sierra de Guadarrama repetidas veces, frecuentemente por el paso de Balat Humayt, cerca del actual puerto de Guadarrama, llamado años más tarde puerto de Balathome o Valatome, y también por el paso de Somosierra, en árabe: Fayy al-Sarrat, aunque probablemente conocerían también otros pasos de la Sierra (Fuenfría, Arcones, Galve, etc.)

Los invasores árabes no fueron muy numerosos, por ello ocuparon los centros de poder permitiendo que la población visigoda se mantuviera en el territorio. De hecho, la población quedó estructurada como sigue: 1) Los árabes, pocos, ocupan los altos cargos y los mejores terrenos. 2) Los bereberes: son más y ocupan puestos intermedios. 3) los hispanos se reparten en tres grupos: los muladies, hispanos convertidos al Islam; los mozarabes, hispanos que mantienen su cristianismo; y los judios, que viven en las ciudades y se dedican al comercio. En este contexto, la Sierra de Guadarrama continuó siendo una zona poco poblada, explotada básicamente por pastores.

En El Boalo no hay vestigios claros de la presencia árabe. No obstante, sí los hay en poblaciones próximas como Collado Villalba, donde se han encontrado bóvedas de ladrillo relacionadas con algunas fuentes. En este sentido, también en El Boalo se encontraron hace años estructuras de bóvedas de ladrillos, relacionadas con hornos o conducciones de agua, en el prado de “Las Ánimas”, cuando se hacían los cimientos de algunas casas (así lo recuerda Eusebio González de Lema, que vio tales estructuras en los solares donde hoy se ubican las casas de sus hermanos Fernando y “Cano”). 

En todo caso, los pobladores del asentamiento visigodo de El Boalo debieron continuar viviendo en la zona tras la invasión árabe. No hay razón alguna para suponer su extinción total, si bien, la población situada al sur de la Sierra pudo haberse visto reducida aun más como consecuencia de que la Marca Media, a la que pertenecía, fue durante siglos la frontera entre los reinos cristianos y Al-Andalus y tuvo que soportar, por ello, las correrías de todos. Así, se puede aventurar que, hacia el año 1.000, en la zona de El Boalo continuaba existiendo un pequeño asentamiento de población, que sobrevivía con su ganado explotando las vegas del río Samburiel y los montes y prados cercanos.











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