jueves, 11 de febrero de 2021

 

                                                               
La Maliciosa


EL BOALO EN EL SIGLO XVIII



El siglo XVIII es conocido también como "Siglo de las luces" por surgir y afirmarse en ese tiempo una mentalidad que hace de la ciencia y la razón verdades incuestionables que permiten el progreso de la humanidad. En este sentido, la Ilustración fue un movimiento cultural e intelectual que se inició en torno a 1715 y y duró hasta los primeros años del siglo XIX. Dicho movimiento fue especialmente activo en Francia, Inglaterra y Alemania. En España sólo se difundió entre determinadas élites (nobleza, clero, intelectuales y profesiones técnicas y liberales). De hecho, los ilustrados españoles siempre constituyeron una minoría; dinámica e influyente, pero minoría al fin y al cabo. Es más, el sustantivo "ilustración" no se difunde en España hasta después de 1760, designando con ese nombre un "programa de instrucción y enseñanza, transmisión o adquisición de conocimientos" en beneficio de una persona o de la sociedad en su conjunto. Así, el abate Gándara dando la bienvenida al nuevo rey Carlos III, se mostraba convencido de que "pronto se desterrará la desidia, se proscribirá la ignorancia, se adquirirán luces y se ilustrará el Reyno....."

Este siglo tiene un alcance profundo para España en lo político, puesto que a comienzos del mismo se produce la instauración de una nueva dinastía en nuestro país. En efecto, en 1700, tras morir sin descendencia Carlos II (último de los Habsburgo -casa de Austria- rey de España), se inicia un conflicto internacional entre las potencias interesadas en colocar a sus candidatos como herederos al trono de España; es la Guerra de Sucesión que asola el país desde 1700 hasta 1713. La guerra acaba con la Paz de Utrech y la instauración en nuestro país de una nueva dinastía: los borbones, procedentes de Francia.


   Carlos II

El primer rey de la nueva dinastía fue Felipe de Anjou (1713-1746), coronado como Felipe V. En 1724 este monarca renunció a la corona en favor de su hijo Luis I, de breve reinado pues falleció a los nueve meses de ser coronado (enero-agosto, de 1724). Por ello, Felipe V recuperó el trono hasta fallecer en 1746 y ser sucedido por su hijo Fernando VI (1746-1759). Al morir éste sin herederos, fue sucedido por su hermano Carlos III (1759-1788). Por último, el siglo XVIII finaliza reinando en España Carlos IV (hijo de Carlos III), quien con su Abdicación de Bayona del año 1808 renuncia a la corona de España, dando paso a la Guerra de la Independencia (1808-1814)


Felipe V y su familia 


Los primeros años del siglo XVIII en El Boalo y su entorno


La Guerra de Sucesión como conflicto internacional finaliza con el Tratado de Utrech (1713), pero en territorio español se prolonga como guerra civil hasta las capitulaciones de Barcelona (1714) y Mallorca (1715), ante las fuerzas del rey Felipe V de España. 

La guerra llevó a muchas zonas la muerte, la destrucción y la ruina. Periódicos saqueos protagonizados por las tropas contendientes, destrucción o embargo de cosechas y de ganado, brotes infecciosos y epidemias, debieron provocar la huida de una parte considerable de la población de las zonas afectadas por los hechos de guerra y sus secuelas.

Guerra de Sucesión

El Boalo y su entorno tampoco serán ajenos a los desastres de esta guerra. En este sentido, a comienzos de 1712 el Duque del Infantado y Conde del Real de Manzanares declaró "lugar despoblado" a Cerceda, otorgando poderes al Mayordomo de su Condado para pedir y tomar posesión real del despoblado lugar, por haberse desvanecido y ausentado las personas que habitaban y haber quedado sin morador alguno dicho caserío.

Sabemos que esta situación catastrófica duro poco, pues tras la finalización de la guerra algunas familias volvieron a vivir en el caserío de Cerceda, ya que en 1714 algunos vecinos retornados (seis) se constituían en concejo y tras la preceptiva asamblea acordaban enviar un memorial rogatorio al Duque del Infantado, solicitando alguna rebaja de alcabalas.

De hecho, se observa que fue produciéndose una lenta recuperación poblacional en toda la zona de El Boalo. Tendencia que se verá corroborada unos años más tarde (1723-1725) cuando en el encabezamiento de alcabalas de Cerceda ya se menciona la presencia de nueve vecinos. Tal recuperación se acentúa con el paso de los años, y así se constata de acuerdo con una visita realizada en 1749 por las autoridades eclesiásticas del Arzobispado de Toledo a las iglesias parroquiales de la zona, que atribuía 21 vecinos a Cerceda, 22 a Matalpino y 10 a El Boalo.

En este siglo también hay constancia documental de una cierta "guerra del agua" entre las poblaciones de la cabecera del río Manzanares. El aprovechamiento del agua fluvial se vive con intensidad en esta zona donde, presas, caceras, molinos y otras obras y trabajos ejecutados en el río principal y sus afluentes ocasionan con frecuencia litigios entre los vecinos de las poblaciones rivereñas interesadas. 


    Mapa del río Manzanares, de 1724


En este sentido, el mapa anterior recoge amplia información acerca de la cuenca hidrográfica del río Manzanares. Se citan en él arroyos, fuentes, caceras, conductos, molinos, puentes, villas, lugares, sitios, prados, ermitas...etc., recogiendo los nombres locales conocidos de cada zona. 

En el INDIZE del mapa y en la zona de cabecera del río Manzanares se señala, como VIII, la "presa y cacera de vecinos de Becerril y el Bobalo". También, como XIX, se cita el "lugar del Bobalo". Por último, como XXI, se indica la entrada del Samburiel en el Manzanares. Obsérvese que en el año 1724 todavía aparece El Boalo en este mapa con la grafía antigua de Bobalo. 

 

Concesión de la categoría de "villazgo"


En 1751 se concede a los lugares de El Boalo y Matalpino el privilegio de villa. Ahora, los citados sitios son dos barrios que entre ambos forman una villa y un concejo. Cuatro años antes, en 1747, Cerceda había obtenido también el villazgo.

De hecho, los concejos de estos lugares se habían ido consolidando a lo largo de las décadas de 1730-1740, pues se vieron obligados a acometer algunas infraestructuras básicas y también a atender una serie de necesidades públicas. Fue por entonces cuando esas entidades concejiles y sus asambleas vecinales tomaron la decisión de construir edificios que en adelante servirán como casas-consistoriales. Esa existencia queda constatada documentalmente en 1751, cuando se recoge por escrito que en El Boalo los miembros del concejo "se reunieron en la casa consistorial de este lugar..."

Una de las necesidades primeras que por entonces empezó a cubrirse fue la sanidad de los vecinos. Se sabe que en 1752 los tres pueblos ya compartían la atención de un médico-cirujano llamado Claudio Marqués, quien de ordinario residía en Cerceda, donde se le habilitó una vivienda. Su retribución anual rondaba los 1.900 reales, además de la vivienda gratuita. Dicha retribución se repartía, vía derrama, entre los vecinos que moraban en las tres localidades. Los de El Boalo contribuían con 500 reales, los de Matalpino con 700 y los de Cerceda con otros 700.

Así, a mediados del siglo XVIII los tres lugares estaban dispuestos para reclamar ante la Duquesa del Infantado, su señora jurisdiccional, contra la enojosa dependencia que les ligaba judicialmente a la villa de Manzanares, cabeza del Real y Condado del mismo nombre. Y conseguida esa gracia, obtener el título de villazgo absoluto para dichos lugares.

Cerceda se adelanta y es la primera de las tres poblaciones en recibir la categoría de villa (1747). El Boalo y Matalpino la consiguen conjuntamente en 1751, tras reunirse la mayor parte de los vecinos de ambos lugares de forma asamblearia en El Boalo, acordando otorgar poder a Manuel Sanz y Felipe Esteban "para que en su nombre y representación parezcan ante la Excelentísima Señora Duquesa del Infantado , mi señora y de estos lugares, y supliquen a Su Excelencia se sirva hacerles gracia y merced de eximir a dicho dos lugares de la jurisdicción del Gobernador de este Real y Condado y del Teniente de la expresada villa de Manzanares y demás Ministros de Justicia de ella, haciéndoles a estos dos barrios una villa sola que ha de nombrarse Boalo Matalpino, eligiendo Su Excelencia de sus vecinos un Alcalde o Alcaldes Ordinarios en cada barrio....y, juntamente, nombre Su Excelencia Regidor, Procurador y Oficiales que compongan su Ayuntamiento, escribano de él y de su número y Ministro y otros necesarios; y conseguida esta gracia, que se dé el título de villazgo"

Como asistentes a esa asamblea de El Boalo-Mataelpino, celebrada en 1751, han pasado a la historia los 22 vecinos siguientes:

-Julián Rodríguez, Alcalde Pedáneo de El Boalo.
-Manuel Sanz, su Procurador General.
-Cristobal Sanz, Antonio García, Francisco Martín, Pedro de Oliva, Santiago        Sanz y Baltasar Martín, vecinos de El Boalo.
-Eugenio Sanz, Alcalde Pedáneo de Matalpino.
-Felipe Esteban, su Procurador General.
-Sebastián Sanz, Ángel Martín, Luis Díaz, Juan Soriano, José Conde, Diego        de Pablo, Celedonio Llorente, Manuel Sanz, Felipe Martín, Pedro Piñero,          Francisco Urosa y Domingo Francisco, vecinos de Matalpino.

La ventaja más inmediata del villazgo fue el fin de la dependencia judicial de la villa de Manzanares, puesto que en ningún caso se pusieron en cuestión la autoridad y primacía de la Casa Ducal de los Mendoza y menos aún sus privilegios feudales, que así quedarían recogidos poco después en el Catastro del Marqués de la Ensenada (1752), por cuanto que en él se decía: "Estas villas y sus poblaciones son de señorío y pertenecen a la Excelentísima Duquesa del Infantado, como dueña del Real de Manzanares, en que son comprendidas dichas poblaciones".

EL Boalo y Matalpino pertenecerán como villa al Partido de Colmenar Viejo, dentro de la provincia de Guadalajara, dado que el Real de Manzanares pertenecía a dicha provincia por ser aquella ciudad en ese tiempo la sede de los intereses de la Casa Ducal de los Mendoza. Esa situación cambiará en 1789, cuando el Condado con el Partido de Colmenar Viejo pasen a integrarse en la provincia de Madrid, en el ordenamiento provincial del conde de Floridablanca. 


Año 1766. Representación de la Alta Cuenca del 
Manzanares, Partido de Colmenar Viejo, fracción  del 
Mapa de la provincia de Guadalajara, a la que
 entonces pertenecía El Boalo. Autor Thomás López 


Las prestaciones feudales o de vasallaje que cada año tributaban las poblaciones en reconocimiento a la jurisdicción que ejercía la Casa Ducal del Infantado se mantendrían plenamente vigentes hasta el año 1836, cuando llegue a su fin legal en España el régimen señorial.

Sin embargo, esas cartas de villazgo no resultaron ser una merced gratuita de la Casa Ducal del Infantado. Su obtención exigió de los vecinos un esfuerzo económico adicional que, a la larga, terminaría pasándoles una factura bien cara. Y es que apenas rubricada la escritura y conseguida la concesión del villazgo, aquellos hubieron de desembolsar, de forma inmediata y en metálico, una suma en concepto de "donativo" a la Casa Ducal por la merced recibida. Por este concepto Cerceda abonó 2.757,35 reales de vellón y El Boalo Matalpino 1.500 reales de vellón.

No acabaron aquí las imposiciones derivadas de la concesión del villazgo dado que, a partir de entonces, cada año, cuando se remitían por los concejos a los Duques las listas de personas para que Su Excelencia eligiera entre la terna presentada de vecinos, los moradores de El Boalo y Matalpino habían de pagar 100 reales de vellón como presente para la Casa Ducal; asimismo, debían pagar 16 reales a la Secretaría de Su Excelencia, por derechos de despacho; y más 50 reales por los del título de escribano del número y ayuntamiento, si se nombrase, y 24 reales por los del Alguacil Mayor. 

En fin, tener la condición de villazgo resultó un privilegio caro y exigía que las cuantiosas sumas que las arcas municipales debían abonar a la Casa Ducal se obtuvieran por algún medio extraordinario. En este sentido, las arcas concejiles estaban de continuo exhaustas por tales gastos y para salir de dichos empeños era frecuente vender los derechos de explotación de algunas propiedades municipales tales como, por ejemplo, la tala del monte para hacer carbón; y si había más necesidad, incluso se llegaba a la cesión temporal de los pastos de algún otro espacio comunal bien apreciado.

En cualquier caso, la fuente principal de ingresos municipales procedía de la cesión temporal de los prados, herrenes, dehesas, suertes y eras que conformaban los bienes propios y comunales concejiles. Por otra parte, los gastos principales eran los salarios (casi la mitad del presupuesto) del cirujano, el escribano, el mayordomo de propios y otros. Una partida significativa de los gastos era en concepto de gestión de pagos de las distintas imposiciones y cargas fiscales que se pagaban tanto al Fisco Real como a la Casa Ducal del Infantado (cantidad al margen de la suma global que cada año se repartía entre el vecindario para satisfacer las imposiciones debidas a dichas instancias). No faltaban las limosnas y pagos a eclesiásticos. También se contemplaba una partida de pleitos, para atender los gastos que ocasionaban los litigios municipales.

A lo largo de este siglo las arcas municipales tuvieron que hacer frente a una situación económica cada vez más difícil, que fue empeorando a medida que se acercaba el fin de la centuria. Un inequívoco signo del empeoramiento es la venta de algunos de los mejores terrenos que, desde el Medioevo, habían conformado los bienes propios concejiles y comunales; dando paso, paralelamente, a la presencia de la propiedad foránea en los términos municipales de la zona. Unos "hacendados forasteros" que frecuentemente tenían fijada su residencia en Madrid.

Población, economía y sociedad


La población de El Boalo crece moderadamente a lo largo del siglo XVIII y a finales de esta centuria podemos decir que aquella había alcanzado su techo demográfico. El Catastro del Marqués de la Ensenada de 1752 nos proporciona información de primera mano para el estudio de la evolución de la población de la localidad. En esa fecha El Boalo contaba con 10 vecinos, 12 casas habitables, 14 que se usan como pajares y para encerrar ganado, y 6 casas arruinadas.

En el Censo de Floridablanca, elaborado entre 1785 y 1787, El Boalo figura con 60 habitantes (unas 16 unidades familiares). Aunque ahora el mayor problema no era el estancamiento del número de vecinos, sino que la mayoría de los habitantes de El Boalo se situaban en la franja de 16 a 25 años (43,3 %). Y sin embargo, esa juventud de parejas no tiene reflejo en el número de hijos que concebían, lo que se evidencia porque los niños-adolescentes (hasta 16 años de edad) no eran mayoría en esa población (sumaban sólo el 31,6 %). Estos datos indican un bajo nivel de natalidad o, también, un altísimo índice de mortalidad infantil. Y a ello había que sumar que la esperanza de vida tampoco era excesivamente elevada; de hecho, ninguno de los habitantes de El Boalo lograba cumplir los 50 años. En este sentido, se tiene noticia de que se producían más fallecimientos que nacimientos. Unos fallecimientos que se debían a las enfermedades más comunes que por entonces se describían: dolor de costado, cólico (por lo común exterioroso con mucha flatulencia y dolores), hidropesía, indigestiones de estómago, tercianas que regularmente salen a mediados de agosto, y las más se termina en cuartanas, y éstas reinan todo el invierno y después pasan a dolor de costado, apostemas, carbuncos y erisipelas.


Equipo para realizar sangrías por cirujano
barbero desde finales del siglo XVIII


La economía de subsistencia de autoabastecimiento familiar se refleja en la ausencia de comercio. En el Boalo no existen mesones, ni tiendas, ni panadería; solo cuentan con una taberna.

Los bienes de propio que se tenían eran abundantes en prados, praderas y herrenes. Sin embargo, en el núcleo rural sólo se posee una casa para el ayuntamiento y una fragua.

La mayoría abrumadora del terreno correspondía a los materiales rocosos de la sierra y a los espacios ocupados por ciertas especies arbóreas (robles, fresnos, álamos...) y otro tipo de vegetación que en ellos crecía, siendo el paisaje predominante el de una comarca situada a pie de monte. De hecho, la superficie ocupada por montes, prados y herrenes en El Boalo-Matalpino suponía más del 90 % de la superficie total de sus términos. 

El uso preminente que se da a la tierra es para actividades ganaderas y forestales. Por su tipo de aprovechamiento las áreas más apreciadas eran "los prados que dan hierba y los prados del monte que dan leña...y asimismo los prados de siego que dan pasto". En el Boalo-Matalpino esos espacios reservados exclusivamente a la crianza y pastizal de ganado se subdividía, según sus propias palabras, en "herrenes de secano que producen todos los años verde o alcocel; prados de regadío que producen hierba y, después de ella, pasto todos los años; prados de secano que sólo producen pasto, y éstos y los antecedentes tienen monte de roble fresno y álamo; un prado grande que llaman Los Linares (el cual se sembraba antiguamente de lino y después se ha dejado para prado), el cual también se siega y después se pasta como los demás, y el pasto lo disfruta el concejo de El Boalo; hay asimismo una dehesa boyal sólo en el barrio de El Boalo, que únicamente sirve para pastar los ganados de labor de los vecinos, a quien se da graciosamente; y hay asimismo pastos comunes en lo restante del término de dichas dos poblaciones, que sirven para los ganados de labor de los vecinos de dichas dos villas y demás que tienen, como también para los ganados de los demás pueblos del Real y Condado de Manzanares que en este término tienen comunidad de pastos"


Zona de monte. El Boalo-Matalpino

  
Con estos condicionantes naturales no es extraño que la principal actividad y ocupación de los vecinos fuera la "crianza y guarda de sus ganados". En la cabaña ganadera existente a mediados del siglo XVIII destacaba el ovino. El Boalo contaba con un centenar de cabezas y Matalpino con 60. La variedad predominante era la denominada "churra de la tierra", que pastaba todo el año en dichos términos y sus comunes (no había trashumancia). Así, la cría del ganado ovino lo era a pequeña escala, no había grandes rebaños sino pequeños hatos que eran apacentados por pastores, fundamentalmente muchachos (zagales)

Cañadas, cordeles y veredas

El vacuno ocupaba la segunda posición en importancia dentro de la cabaña local. En El Boalo se censan 60 reses (vacas de vientre, terneros, novillos y toros), cuya crianza reportaba un buen beneficio a sus propietarios, ya que a cada vaca se le calculaba una utilidad de 20 reales al año, por cada ternero o novillo (hasta los cinco años de crianza), 25 reales, y a los toros, 73 reales.

El menor número de cabezas correspondía al ganado porcino, del que se contaba con 25 ejemplares. Estos animales eran muy apreciados dada su de gran utilidad para la alimentación de los vecinos, puesto que eran criados por las familias " para su gusto y consumo", dado el gran aprovechamiento de su carne. Tal consideración se refleja en el beneficio atribuido a estos animales, a los que se les calculaba un beneficio de 26 reales por cada uno de los cerdos que podían ser sacrificados en la matanza anual. La matanza tenía lugar en el mes de noviembre (por San Martín) y era una tarea cooperativa de las familias, que se ayudaban unas a otras en estas actividades anuales.


Aguardando su San Martín


En cuanto a la agricultura del siglo XVIII se refiere, los cultivos locales respondían a la dureza del clima de esta zona y a la predominante mala calidad de sus suelos. Así, en El Boalo-Matalpino las denominadas tierras de labor (predios de secano sembrados de cereal o leguminosas) sólo alcanzaban el 9,5 % del total del suelo disponible. De hecho, en las declaraciones del Catastro de 1752 los vecinos de ambas localidades señalaban que el 58,8 % del total de la superficie dedicada al cultivo en sus términos podía ser catalogado como de la peor calidad para ese cometido. Había también algunos huertos que proporcionaban hortalizas y verduras de invierno a las familias, pero su presencia era irrelevante pues apenas representaban el 0,1 % del total de la superficie cultivada. En conclusión, era una agricultura de subsistencia basada en unas condiciones naturales muy poco favorables cuyo resultado notorio era una mísera economía agropastoril.

A mediados del siglo XVIII la sociedad rural de El Boalo apenas se diferenciaba entre sus distintos estratos, pues todos estaban dedicados por entero a "labores de granjerías que tiene para su manutención (...) o a pastorear" pequeños hatos de ganado ovino o vacuno, no existían de hecho grandes diferencias entre el vecindario ("cada labrador se hace sus haciendas por sí, por sus criados o hijos"). La mayor parte de los propietarios de tierras y ganados no eran sino pequeños poseedores que tenían parcelas desperdigadas por los términos de la zona, ninguna de un tamaño considerable. Es cierto que existía un estrato un poco más elevado de vecinos que se consideraban a sí mismos como "labradores", una forma de diferenciarse socialmente de los "jornaleros, criados y pastores". En 1787, en El Boalo se catalogaban así tres vecinos. La diferencia de riqueza, al menos en lo que se refiere al salario evaluado censalmente, no resultaba muy significativa: a los labradores se les asignaba un estipendio de entre 4 y 5 reales (incluida la comida) por 120 días de trabajo anual, mientras que a cada criado o hijo mayor de 18 años se le consideraba un jornal de 3 reales de vellón (incluida la comida), eso sí, calculado para 200 días de trabajo cada año. En realidad, la "elite campesina" se diferenciaba por la posesión de las bestias de labor y los carruajes. En el Boalo Matalpino al menos cinco vecinos eran propietarios de caballos y yeguas (14 cabezas) y potros (15 animales)

Los labradores de El Boalo además de trabajar sus tierras también tomaban en arriendo otras de propiedad de la parroquia local de San Sebastián y de alguna obra pía fundada por feligreses. En este sentido, por una visita parroquial del año 1749 llevada a cabo por el visitador del arzobispado de Toledo conocemos los bienes que pertenecían a dicha parroquia: tres cercas, tres linares, varios prados, dos tierras pequeñas y diezmos. Asimismo, el visitador se hizo cargo de la obra pía que dejó fundada Francisco de la Fuente; dicha obra para el cumplimiento de sus cargas poseía 15 censos: cuatro cercas, cuatro prados, tres herrenes, un linar, un huerto y dos tierras; cuyos capitales importaban 9.299,2 reales (por comparación, y para ver la importancia de este legado, treinta años más tarde el concejo de Cerceda consignaba en su presupuesto del año 1778 un total de ingresos municipales por valor de 3.418 reales)

Es verdad que no había grandes diferencias en el día a día entre los vecinos, como comentaban ellos en el Censo de 1752 "en dichas estas poblaciones no hay jornaleros......ni hay pobre alguno de solemnidad". Pero no es menos cierto que la situación económica fue empeorando a medida que se acercaba el fin de siglo. De hecho, en el año 1787 por primera vez se cataloga como tal a los jornaleros. En El Boalo había entonces 7 jornaleros y únicamente 3 labradores.

Así que la mayoría de las familias, sin rozar la indigencia absoluta, carecía de tierras propias suficientes para asegurar su sustento, por lo que no es de extrañar que muchos de ellos se vieran obligados a trabajar como braceros en las labores del campo, guardando ganado, cortando leña, haciendo carbón, etc.  

Carbonera (elaborando carbón vegetal)

Un grupo minoritario trabajaba la piedra, eran los canteros que "cortaban" el granito de las canteras de El Boalo. Otros pocos más afortunados que disponían de carros y ganado de tiro podían dedicarse de manera estacional (fuera de las épocas de cosechas y grandes faenas agrícolas) a la "arriería" o "trajinería", esto es, el transporte y acarreo de mercancías y materiales (como la piedra, la leña, el carbón o la nieve) a los mercados de Madrid . En sus propias palabras, había "algunos vecinos que se dedican a llevar con sus carretas piedra o carbón a la Villa y Corte de Madrid el tiempo sobrante del año, que serán los tres meses; y por lo tocante a la población de El Boalo hay unas seis carretas, y en Matalpino ocho, que andan y se ejercitan en dicho tráfico, y consideran les produce cada viaje unos treinta reales, y que cada carreta hace dos viajes cada mes..", y dicen más "en los inviernos no pueden trajinar por lo riguroso de las nieve y aguas, que se lo imposibilitan".

Finalmente, determinadas tareas u oficios se realizaban en varios pueblos. Pasaba con los curas párrocos, cuyas parroquias estaban en pueblos cercanos: el que oficiaba en El Boalo tenía como residencia principal Manzanares. Igual ocurría con los notarios encargados de dar fe de los documentos elaborados en los ayuntamientos no solían residir allí: el que se ocupaba de autentificar las escrituras en El Boalo-Matalpino era "vecino de Becerril". Los herreros también solían desplazarse desde otras localidades vecinas: era el caso de Alonso Montalvo, vecino de Manzanares, que atendía una vez por semana a los vecinos de El Boalo.

Vías de comunicación


Resta fijarnos en el las vías de comunicación que utilizaban los vecinos de El Boalo para relacionarse con su entorno en el siglo XVIII. Todos los caminos eran de tierra y en condiciones muy malas, sobre todo para pasar con carros en tiempos húmedos por las numerosas "tollas" (barrizales) que se formaban. La red viaria estaba configurada en primer lugar por el camino histórico natural que al sur de la Sierra une los pasos de montaña del Sistema Central (Somosierra, Navacerrada, La Fuenfría y Guadarrama), por el que discurría la Cañada Real Segoviana y sobre el que actualmente está trazada la carretera N-608 (Venturada-Collado Villalba). Un segundo eje era el camino que unía esta zona del Condado Real de Manzanares con la Villa y Corte de Madrid, que pasaba por Colmenar Viejo, Cabeza de Partido y localidad de residencia del Gobernador General del Condado del Real (quien ejercía las funciones jurisdiccionales en nombre de los titulares de la Casa Ducal del Infantado), por el que transitaban las carretas procedentes de los pueblos de la zona que transportaban cargas de suministros con destino a la Villa y Corte (siguiendo un itinerario semejante al que en la actualidad recorre la carretera N-607). El sistema se completaba con la red de vías pecuarias locales (cordeles y veredas) y los caminos vecinales que unían entre si las localidades de esta zona de la Sierra. El camino local más frecuentado era el de Becerril y después el de Guadarrama. El el siglo XVIII había un servicio de postas que iba desde Guadarrama hasta Cabanillas de la Sierra (pasando por Collado Mediano, Becerril, Cerceda, Chozas de la Sierra (actual Soto del Real) y Guadalix de la Sierra), comunicando, así, el puerto de Guadarrama con el puerto de Somosierra, pasos N-W y N-E de la Sierra (en el siglo XX todavía existía una casa de postas en el cruce de la carretera de Becerril con la del puerto de Navacerrada, que los abuelos de la zona conocieron ya sin caballos, solamente como posada)

Puente medieval sobre el río Manzanares 
en el camino a Madrid


Por último, cabe señalar que en el siglo XVIII se realizaron importantes mejoras en los caminos de la región. En el siglo XVII la Sierra se cruzaba al noroeste por el valle de La Fuenfría o por el puerto de Tablada (antiguo paso de los árabes). La Fuenfría era el camino habitual que llevaba a Segovia y Tablada unía, por Guadarrama, las dos Castillas. El paso por el noreste se hacía por Somosierra, camino de Francia. El puerto de Navacerrada fue durante la Edad Media el paso más directo desde la tierras de Segovia a las del Señorío del Real de Manzanares, pero durante siglos fue poco transitado pues se trataba de un camino de herradura de difícil paso; por ello. hasta finales del siglo XVIII el camino habitual desde Segovia hasta la villa de Manzanares pasaba por La Fuenfría. Era un recorrido de ocho leguas y media que ya describía Juan de Villuega en 1546 en su "Repertorio de todos lo caminos de España".

La primera mejora llegó en tiempos de Fernando VI, cuando se construyó (1749-1751) el camino real que pasa por el Alto del León, sustituyendo el viejo "camino de carros" que pasaba por el puerto de Tablada. Era la primera carretera pavimentada que comunicaba las dos Castillas (en dirección a la Coruña) y que marcó el trazado que después seguiría la carretera N-VI. Recibió el nombre de Alto del León por el felino tallado en piedra berroqueña que remata el pedestal conmemorativo de esta real obra. El león sostiene bajo sus poderosas zarpas delanteras los Dos Mundos, conmemorando el triunfo del Rey Fernando VI sobre los Montes, según declara, en latín, la pomposa inscripción de las lapidas que hay por debajo de aquel; en ellas se lee lo siguiente: "Fernando VI, padre de la patria, hizo el camino para ambas castillas por encima de los montes, el año de nuestra salvación de 1749, IV de su reinado"

Y el siglo se cierra con otra obra importante: el camino a La Granja de San Ildefonso, que arrancaba al lado sur de la Sierra en la localidad de Collado Villalba, atravesando el puerto de Navacerrada.  Obra iniciada durante el reinado de Carlos III y finalizada por su hijo el rey Carlos IV. El primer rey de España de la dinastía de los borbones, Felipe V, disfrutando de la actividad cinegética quedó enamorado del paisaje de la zona de Valsaín (en la vertiente norte de Navacerrada) y hacia 1718 decidió construir allí un palacio, cuyas obras comenzaron en 1721, en el conocido más adelante como Real Sitio de La Granja de San Ildefonso. A este palacio se accedía desde la Villa y Corte por el paso tradicional de La Fuenfría  Para mejorar el acceso al Real Sitio se decidió abrir un camino más directo por Navacerrada. El proyecto fue realizado en 1778 por el arquitecto Juan de Villanueva y el paso no quedará abierto al tráfico hasta diez años más tarde. La construcción de este nuevo camino hará obsoleto el tradicional paso de La Fuenfría, siendo desde entonces aquel la vía de comunicación entre Madrid y Segovia. No obstante, a pesar de que el nuevo camino facilitaba mucho el tránsito, el paso del puerto seguía siendo difícil en invierno, ya que durante cinco meses la nieve impedía el trasiego de carruajes y caballerías. Fue paso habitual de reyes y ministros que atravesaban la Sierra con destino al Real Sitio. Como anécdota cabe recordar que en sus primeros años recibía el nombre de "puerto de Manzanares".




















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