El BOALO EN EL RECUERDO: Los animales de trabajo
El
Boalo: a la derecha, en la sombra, el potro de herrar
Transporte y tracción animal en El Boalo agrícola y ganadero
de antaño.
Hasta comienzos de la década de los sesenta del siglo pasado,
cuando empieza una nueva etapa para El Boalo -como para otros tantos pueblos de
la Sierra-,
con la llegada de veraneantes y el comienzo del turismo como principal fuente
de ingresos de la zona, la localidad vivía ligada a una economía doméstica,
basada en el sector primario -agricultura y ganadería- y con muy poca actividad
industrial, salvo la derivada de la extracción de piedra proveniente de las
canteras del término municipal.
El carácter rocoso y de piedemonte
de los suelos de El Boalo propicia que el noventa por ciento de la superficie
del término esté ocupada por montes y prados, con lo que la preeminencia de su
uso antaño era para actividades forestales y ganaderas. De hecho las áreas más
apreciadas eran los prados que dan hierba
y los prados del monte que dan leña…. De ahí que la principal actividad y
ocupación de los vecinos, y lo que les procuraba su sustento fuera la crianza y guarda de sus ganados. El
diez por ciento restante lo componían las tierras de labor; en estos predios de
secano se sembraba cereal (generalmente, centeno y algo de cebada, pues el
trigo no se da bien en estos suelos pobres sometidos a climatología adversa) y
algarrobas para el ganado. En las tierras más productivas, de regadío, como Los Linares o las vegas del Samburiel,
se sembraba centeno, cebada y algo de trigo “mesino” (este trigo, de ciclo corto, es el que corresponde a
las regiones frías y con mucha nieve; se sembraba a partir de febrero, siembra de primavera, pues de otro modo
las adversas condiciones de la climatología impiden prácticamente la
germinación de la planta). Se contaba, asimismo, con algunos huertos a orillas
de los arroyos y ríos de la zona, que proporcionaban hortalizas y verduras para
el consumo familiar.
Prados de El Boalo
Antaño, antes de que la red de carreteras se modernizara y la
motorización se expandiera, en ese tipo de economías de subsistencia jugaron un
papel muy importante los animales de trabajo necesarios para el transporte de
personas y cargas, así como también para el tiro de los aperos del campo. La
utilización más inmediata de las bestias de trabajo se efectúa de dos maneras: como
animal de carga (carga dispuesta directamente
encima de los animales o con elementos fijos a él, como las alforjas); y como animal de monta (montando
sobre su lomo, con montura o sin ella). En la Sierra de Madrid para estos fines se destinaban las
caballerías: caballos, mulas y burros. Hay también un tercer empleo: como animal
de tiro o bestia de tiro,
expresión con que se designa a los animales domésticos utilizados para la tracción
animal. Y para esta actividad en El Boalo se contaba principalmente con el
ganado vacuno: bueyes y vacas. El tiro consiste en el arrastre de distintos
tipos de carruajes destinados al transporte
de personas o mercancías; en la tracción
de aperos agrícolas, principalmente arado y trillo; y, de otra forma más especializada, como motor animal de norias
para sacar agua de los pozos.
Trillo antiguo (vientre guarnecido con lascas de piedra)
Entre el ganado de cría
predominaba la oveja, con la variedad dominante conocida como “churra o de la tierra” (las churritas que tanto gustaban al “tío” Valero González, según recuerda
su hijo Eusebio), aunque no había grandes rebaños, sino pequeños hatos que eran
apacentados por pastores, generalmente muchachos. El vacuno ocupaba la segunda
posición dentro de la cabaña local, contando con vacas de vientre, terneros,
novillos y toros. Las cabras, en menor cantidad, también se integraban en ese
paisaje ganadero.
El ganado para la labor se
componía de caballos, mulas, burros y, sobre todo, bueyes y vacas. El caballo desempeñaba
funciones de transporte, acompañaba los desplazamientos del ganado y aparejado podía
cargar con algún costal, o si se le ponía un serón, como cuenta Angelín, también
llevaba un par de cantaras de leche, incluso cuatro si se le aparejaba con las aguaderas;
en ocasiones puntuales, llegaba a auxiliar en las labores de recolección,
arrastrando el trillo en la era. En todas las familias de labradores
(propietarios) de El Boalo solía contarse con un caballo, con funciones como
las antes apuntadas. El amor de los boaleños
por estos nobles animales perdura, siendo notoria en nuestros días la presencia
de un buen número de yeguas y caballos en el entorno del pueblo; de propiedad
de nativos y residentes y, también, de amazonas y jinetes de fuera, cuyas
monturas son cuidadas en las instalaciones hípicas que proliferan por la zona.
Todos los quince de mayo, con
ocasión de la Romería
de San Isidro, una nutrida partida de amazonas y jinetes escolta a la imagen del
Santo, transportada en carreta de bueyes desde la Iglesia Parroquial
hasta su Ermita, situada en la falda de la Cuerda de Los Porrones. La presencia de tanta
montura junta da esplendor a la fiesta y aviva el recuerdo de ese pasado agrícola
y ganadero local, no tan lejano.
Romería de San Isidro
Con esa tradición de monta, en
2005, partiendo de El Boalo, una decena de jinetes boaleños hicieron, en varias etapas, el Camino de Santiago a lomo
de sus monturas; viaje hasta Santiago de Compostela que, como recuerda Roberto,
uno de los jinetes, fue coronado con el éxito dado el ánimo con que afrontaron
la prueba todos los participantes.
Peregrinos a caballo rindiendo viaje en la Plaza del Obradoiro, de
Santiago
En fin, jinetes de la Sierra que como a ese centauro
moderno, Andrés González “El Gallo”, vecino de El Boalo, caballero de ochenta
años sobre su montura, sólo la enfermedad o la muerte podrán hacerles bajar de
su caballo.
Las mulas y mulos eran escasos en la zona,
pues ya se ha señalado que para el tiro predominaba en la Sierra el ganado vacuno;
sólo en algún caso aislado, como el de Rafael de Lema (en su huerta del río
Samburiel), se usaba la mula para arar y tirar del carro. Como se sabe, las
mulas y mulos no se reproducen; son el resultado del cruce entre yeguas y
burros. La mula es más abundante, pues en más del 90% de los partos la cría es hembra.
Carro tirado por una mula
Los burros eran las caballerías
más modestas, siendo el animal de carga y transporte domestico más barato ya
que servía para casi todo: un serón,
alforja, aguaderas o similar, hacían polifacético al pollino. Una vecina de El
Boalo, Margarita, cuenta que, de niña, iba con su madre a comprar a Colmenar
Viejo -lugar habitual de destino para la gente de El Boalo, por ser la cabeza
del Partido Judicial-; ese viaje solían hacerlo acompañadas de un borriquillo,
siguiendo el camino que va por la ladera de Las Viñas y Valderrevenga, para
pasar el río Manzanares por el puente medieval que lo cruza. Puente cuyo origen
romano se discutió durante mucho tiempo.
Pintura mostrando un burro
cargado
Los animales de tiro iban enganchados, por lo común, en parejas,
unidos por el denominado yugo. Para
las caballerías se usaba el denominado yugo de collera (muy raras veces se veía
en los carros, este yugo se usaba fundamentalmente para tirar del arado y otros
aperos), porque al animal se le pone en el cerviz una collera rellena de paja o lana, sin nada más para sujetarlo.
En el caso del ganado vacuno de labor, bueyes y vacas, que era
el empleado fundamentalmente en El Boalo, se usa el yugo cornal, con dos
variantes, según sea para carros y cargas pesadas o para arados.
El yugo cornal.
El yugo
cornal es el utilizado para
uncir bueyes y vacas; va asegurado a su cornamenta. El término yugo proviene del latín “iugum”, el cual a su vez deriva de una
raíz indoeuropea que aparece en el sánscrito como “yug”, unión. A dos bueyes
que trabajan aunados, unidos por un yugo, se denomina yunta.
Como en otros pueblos ganaderos, los
bueyes y las vacas eran las bestias de tiro más usadas en El Boalo. Esta
localidad tiene, además, cierta tradición en la “arriería”, pues desde el siglo
XVIII tenemos noticias de que algunos boaleños
propietarios de carretas y ganado de tiro se dedicaban, de manera estacional
(en el tiempo intermedio que les permitían las faenas agrícolas), al transporte
y acarreo de mercancías y materiales (como la piedra, el carbón o la nieve) a
los mercados de Madrid.
El yugo cornal consta de una parte
central recta llamada sobeo o centro,
provisto de prominencias denominadas mesas
para las correas; y dos partes curvas, una a cada lado: gamellas o camellas.
Según el yugo sea para carro o para arado existen dos variantes, que se
distinguen una de la otra en el largo y en la forma de la parte central. El yugo
para carro es más largo, en total mide 1,67 m ., y en la cara inferior del centro
muestra una cavadura llamada mesilla
para la lanza del carro. El yugo de
arado es más corto, mide 1,22 m . y el
arado se une a él por medio de un aro, el barzón,
que se asegura en un tarugo de madera sobresaliente por el lado interior de la
lanza del arado.
Yugo cornal
La correa por medio de la cual el yugo se ata a los cuernos de
los bueyes o las vacas se llama coyunda
y tiene 4-6 m .
de largo. En uno de sus extremos hay una lazada
que se pasa por el extremo del yugo.
Yunta de bueyes uncida para
arar
220
Mirando de frente a la yunta se
empieza a atar o enganchar por el cuerno izquierdo, o sea interior, del buey o vaca del lado derecho. A
la correa se da una primera vuelta por debajo alrededor del cuerno izquierdo,
después se pasa por la frente, da una vuelta por el cuerno derecho, exterior, y
vuelve después a ser atada a la mesa
exterior del yugo, alrededor del cuerno derecho, por la frente del cuerno
izquierdo y la gamella interior, pasa
otra vez sobre la frente hacia fuera, da vuelta alrededor de la mesa exterior y finalmente se anuda.
Después, se continúa con el animal del lado izquierdo, efectuando movimientos
simétricos iguales a los descritos.
Carro con lanza para yunta de
bueyes
La doma de bueyes y vacas.
Domar
una yunta de bueyes o vacas no es tarea fácil. Ha de iniciarse cuando el animal
es joven (añojo, utrero o novilla), para conseguir con la doma meterlo en vereda hasta acabar consiguiendo un animal dócil y
manso, que tire del carro o del arado y demás aperos agrícolas. La técnica para
que finalmente los animales acepten de buen grado meter la cabeza bajo el yugo
lleva su tiempo. La clave está en encontrar lo que en el argot se conoce como
un buen “tutor” o “madrina”. Se trata de un buey (o una vaca) ya domado y con
mucha experiencia que, con aptitudes y docilidad, hace de guía y de contrapeso
con el añojo, utrero o novilla que se unce, por primera vez, a su lado (Enrique
de Lema sostiene que, frente a las caballerías, los bóvidos son animales
tontos). Así, el buey o vaca expertos, que obedecen perfectamente a la voz del
yuntero, serán quien ejerzan de monitor frente a los arranques en bruto o las
salidas broncas del joven animal al que se está domando. Hay que evitar
accidentes y tener en cuenta que, en muchas ocasiones, el añojo trata de salir
corriendo despavorido al verse atado por los cuernos al yugo. Y ahí, en ese
instante, es cuando el buey o vaca guía ejercen su oficio tratando de retener al
neófito y llevarlo poco a poco por el buen camino, a la voz o al grito del
yuntero que los dirige.
La
tarea comienza madrugando muchos días para lograr, desde las primeras horas,
que la doma vaya progresando. Primero es el acercarse a los añojos, acariciarles
la testuz, arrascarles la frente e ir, en definitiva, logrando la confianza del
animal. Después viene el momento de cogerles por los cuernos y acercarles a la gamella. Ponerles el yugo y con mucho
tacto, ir unciéndoles pausadamente hasta amarrarles fuertemente al artilugio.
Toda esta tarea hay que realizarla con mucha paciencia y sin prisas porque el
animal a domar es joven y, de buenas a primeras, se encuentra raro y, encima,
atado. Al cabo de un mes o de un mes y medio, el animal ya estará listo para
tirar de un carro o de un arado, aunque la tarea completa y el
perfeccionamiento no se logrará hasta pasados dos años o más. Eso ocurrirá
cuando la yunta responda a la voz del carretero o gañán, que potencia con su
sonido la movilidad a la hora de subir una cuesta, del atasco de una rueda o de
un giro. Entonces parece que los animales se sienten hasta orgullosos y altivos
de realizar esas maniobras que los enaltecen.
El herrado del ganado vacuno de
labor.
Los animales de labor tenían que ser preparados para el trabajo
de campo, protegiendo sus cascos y pezuñas con las técnicas del herrado: colocación
de herraduras en las caballerías y de callos en el ganado vacuno (este es el
nombre que reciben las herraduras de los bóvidos)
El herrado de las caballerías no ofrecía
mayores dificultades, pues se llevaba a cabo con el animal mínimamente sujeto.
Sin embargo, para herrar el ganado vacuno se necesitaba una instalación llamada
potro de herrar. En la Sierra los potros de herrar
solían constar de dos hileras paralelas de pilares de piedra, unidas
longitudinalmente con palos de madera. Entre los pilares se situaban los
animales, sujetos con correas y cuerdas.
Potro de herrar de El Boalo (en su ubicación actual)
El animal era introducido dentro
del potro e inmovilizado fijándole la cabeza al ubio -especie de yugo-, pasándole
dos cinchas de cuero por debajo de la panza y asegurando sus patas. Las cinchas,
apoyadas en los palos o varas longitudinales, se accionaban a modo de polea
para elevar al animal. Éste, una vez inmovilizado y alzado, estaba en
disposición de ser sometido a la extracción de las herraduras o callos viejos.
Cabeza del buey sujeta al ubio
Era entonces cuando el herrador quitaba
los callos y ayudándose de herramientas propias de su oficio, preparaba la pezuña del animal y
procedía a la colocación de la nueva herradura.
Herrado actual de un buey
El transporte de cargas pesadas.
Como ya
hemos señalado, en El Boalo existía desde muy antiguo cierta tradición de
transporte con tiro animal, ya que con carretas de esta localidad se llevaban,
estacionalmente -cuando las faenas del campo lo permitían-, mercancías a la Villa y Corte de Madrid
(carbón y piedra, principalmente)
En
tiempos más modernos, las faenas agrícolas y ganaderas y la explotación del
granito de las canteras de la zona, dieron lugar a que en El Boalo se llegara a
contar con casi tres decenas de yuntas, entre bueyes y vacas. De hecho, en esta zona de la Sierra la yunta de ganado
vacuno fue la que movió el carro, tiró del arado y del trillo y arrastró todo tipo cargas
y aperos.
Predominaban
las yuntas de vacas, menos fuertes que los bueyes pero de mejor cuenta
económica que éstos ya que, además de servir de animal de tiro, daban terneros, lo que venía a suponer un rendimiento mayor para la producción.
Los
bueyes se empleaban, por su mayor fuerza, para las grandes cargas. En este
sentido, en la memoria de El Boalo todavía es famosa la
yunta de bueyes del "tío" Hilario de Lema, que dedicaba su carreta al
acarreo de piedra desde las canteras de la zona al embarcadero de tren de El Berrocal.
Después manejaron carreta de bueyes el "tío" Víctor, hijo del
anterior, y el "tío" Agustín. Y más modernamente, siguieron la tradición
los hijos del "tío" Agustín, Ciriaco y Catalino, con la pareja de
bueyes "Piñano" y "Carbonero". Además, tenían también yunta de bueyes para el
servicio de casa otros convecinos como, entre otros, el “tío” Valero González y el padre de Alejandrino.
El peso de la piedra, o de otras grandes cargas, obligaba a
reforzar la yunta de bueyes o vacas en las cuestas y en las bajadas
pronunciadas, enganchando con una cadena, "en cuartana", una segunda yunta
de vacas, sumando así cuatro animales al tiro (encuartar). El enganche se hacía
por delante de los bueyes o las vacas en las subidas, para tirar, o por detrás
del carro -enganchando la cadena en su trasera- en las bajadas, para retener.
El trabajo de carga y descarga de los carros era pesadísimo,
sobre todo si se trataba de piedra, por su peso y por la escasez de medios mecánicos
para moverla que había en la época. Entre los accidentes más graves se encontraba el
vuelco, particularmente cuando las cargas eran de poco peso y mucho volumen,
como la hierba o la paja, ya que si no se cuidaba la altura de la carga sobre
el carro éste podía volcar con mayor facilidad en los irregulares caminos de
entonces.
Cabe señalar que el trabajo hasta la extenuación de aquellos boaleños del pasado, en su procura de un progreso familiar y de la población, abrió cauce al presente que ahora disfrutamos; por ese motivo, el recuerdo que hacemos de ellos aquí resulta
obligado, por merecido.
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