Imagen de San Sebastián. Iglesia de El Boalo |
San Sebastián Mártir. Patrono del pueblo de El Boalo.
El nombre Sebastián proviene
del griego "sebastos", honrado,
respetable, significa: "Digno de respeto.
Venerable". San Sebastián es un Santo bastante secundario en el Santoral
católico actual. Su festividad se celebra el 20 de enero. Sin embargo,
durante toda la Edad Media su devoción estuvo muy extendida y su patrocinio
sobre la salud y contra toda enfermedad era muy reconocido.
Aunque la devoción al Santo mártir arranca de las
primitivas comunidades cristianas, fue a lo largo de la Edad Media, y sobre
todo en época de pestes y calamidades, cuando su invocación se generaliza.
El
culto a San Sebastián como protector contra la peste data de muy antiguo. En el
año 680, la ciudad de Roma, estaba infectada de este mal. Entonces erigieron un
altar con la imagen del Santo en la basílica de San Pedro. La gente fue a
invocarle y, según rezan las crónicas, la peste cesó al punto. El hecho se
divulgó rápidamente y desde entonces es invocado en todas partes.
SAN SEBASTIÁN, SOLDADO Y MÁRTIR
San Sebastián nació en Narbona (Francia) en el año 256, pero
se educó en Milán. Fue soldado del ejército romano y el emperador Diocleciano,
quien desconocía que era cristiano, llegó a nombrarlo jefe de la primera
cohorte de la guardia pretoriana imperial.
Durante
los años que transcurrieron del 260 hasta rayar el siglo IV, la Iglesia
completó la organización por todo el Imperio y afianzó su prestigio. Había
muchos cristianos en todas partes: llegando a ser mayoría en algunas ciudades
de Asia Menor. Los había entre los funcionarios públicos, entre los cargos
palatinos y en la milicia. Fue preciso edificar nuevos templos espaciosos, pues
los locales construidos en el decurso del siglo III no bastaban para atender a
la multitud de fieles. Quedaba muy lejos el tiempo aquel en que los cristianos
eran mal vistos y acusados de los peores crímenes.
Los
cristianos podían pensar que había llegado el momento de su triunfo sin nuevas
pruebas. Mas, contra todas las previsiones, se presentó una nueva persecución;
la más cruel y duradera de todas.
Sucedía eso a fines del siglo III. El Imperio era
gobernado por Diocleciano, hombre inteligente pero escéptico, en Oriente;
Italia y todo el Occidente estaba en manos del emperador Maximiano, vanidoso e
inculto. Fue éste el primero que emprendió la depuración de elementos
cristianos en sus tropas. A los oficiales se les degradaba de momento; los
veteranos eran echados ignominiosamente del Ejército. Han llegado hasta
nosotros los nombres de varios mártires pertenecientes a la milicia: Maximiano
en Tebaste, Víctor en Marsella, Marcelo en Tánger, el veterano Julio en Mesia,
Emeterio y Celedonio en Calahorra.
El más ilustre de todos los soldados mártires fue, sin
duda alguna, San Sebastián, en Roma. No poseemos ningún relato contemporáneo de
su martirio. La "pasión" o relato del martirio fue escrita un par de
siglos más tarde y, aunque verídica en lo sustancial, es dudosa en ciertos
detalles y contraría en algunos hechos históricos conocidos. Mas, como se trata
del único documento que relata el martirio del Santo, en él han debido de
apoyarse los hagiógrafos posteriores.
San Sebastián cumplía con la disciplina militar, pero no
participaba en los sacrificios idolátricos. Además, como buen cristiano,
ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los
cristianos encarcelados por causa de Cristo. Esta situación no podía durar
mucho, y fue denunciado al emperador Maximino quien lo obligó a escoger entre
ser su soldado o seguir a Jesucristo. El santo escogió la milicia de Cristo;
desairado el Emperador, lo amenazó de muerte, pero San Sebastián, convertido en
soldado de Cristo por la confirmación, se mantuvo firme en su fe. Enfurecido
Maximino, lo condenó a morir asaeteado: los soldados del emperador lo llevaron
al estadio del Palatino, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre
él una lluvia de saetas, dándolo por muerto. Sin embargo, sus amigos que estaban
al acecho, se acercaron, y al verlo todavía con vida, lo llevaron a casa de una
noble cristiana romana que lo mantuvo escondido en su casa y le curó las
heridas hasta que quedó restablecido. La "pasión" nos ha conservado
el nombre de la santa matrona que lo escondió en su propia casa y le curó las
heridas. Se llamaba Irene, y en los catálogos antiguos su nombre se encuentra
entre los santos del día 22 de enero.
Pasado
un tiempo, Sebastián quedó completamente restablecido. Sus íntimos le
aconsejaban que se ausentara de Roma; mas él, que ya se había encariñado con la
idea del martirio, en vez de esconderse se presentó un buen día ante el
emperador y le pidió, con singular entereza, que dejara ya de perseguir a los
cristianos. Maximiano, salido que hubo de su asombro, pues lo creía muerto, no
se dejó ablandar, antes al contrario, enojado por todo aquello, le mandó azotar
horriblemente hasta morir. Luego los soldados echaron el cuerpo en un albañal
inmundo, la Cloaca Máxima. Una piadosa mujer, de nombre Lucina,
recogió sus venerables restos y lo
enterró en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre del soldado
mártir. Murió en el año 288.
Esta
catacumba se halla a poco más de dos kilómetros de las antiguas murallas que
circundaban la urbe romana. Durante el siglo IV, cuando la Iglesia pudo
desenvolverse con toda libertad, se erigió una pequeña iglesia subterránea en
el lugar de la tumba. En la parte superior edificaron, por el mismo tiempo,
otra basílica de mayores proporciones, dedicada a San Pedro y San Pablo, pues
desde el siglo anterior se venía dando culto a los dos apóstoles en aquella
catacumba. Esta basílica cambió de nombre en el siglo IX y lleva desde entonces
el del mártir Sebastián. Para el visitante de hoy, la iglesia ofrece un aspecto
moderno, pero debajo de las molduras y estucos barrocos está la estructura
romana del siglo IV. La estatua de San Sebastián, que preside el altar, obra de
Giorgetti, es muy venerada por el pueblo romano. Cerca del lugar del martirio,
en el Palatino, hay otra iglesia dedicada al santo mártir.
LA IMAGEN
Por su general
representación iconográfica de un joven atlético, semidesnudo, apuesto y bello,
es llamado el Apolo cristiano, siendo uno de los santos más reproducidos en las
diferentes técnicas y expresiones artísticas.
En
las representaciones del primer milenario viste la clámide militar como
correspondía a su cargo, y siempre imberbe. Durante el gótico, le vemos con
armadura de mallas a la moda de la época, pero pronto aparece con el rico traje
de los nobles palatinos de entonces y generalmente con barba. Desde ese momento
es mucho más frecuente representarlo desnudo en el momento de ser asaeteado. El
atributo antiguo es la corona de flores en la mano. El atributo personal, desde
la Edad Media, es una saeta y el arco entre sus manos. Desde el Siglo XV los
artistas han preferido presentarlo desnudo, joven e imberbe, con las manos
atadas al tronco de un árbol que tiene detrás y ofreciendo su noble torso a las
saetas del verdugo. Muchos artistas lo han pintado o esculpido, entre ellos
cabe destacar la escultura de Alonso Berruguete situada en el Museo Nacional de
Escultura de Valladolid y la pintura de El Greco llamada "El Martirio de
San Sebastián" que es una de las obras más realistas de este pintor y
actualmente se encuentra en el Museo Catedralicio de Palencia.
DEVOCIÓN Y CULTO
La celebración de la festividad dedicada a San Sebastián aparece atestiguada en Roma desde fecha muy temprana. Nos dan fe de su culto el calendario de Cartago y el sacramentario gelasiano (siglo VII), así como el gregoriano (siglo VIII). Como se ha dicho, durante la peste mortífera del siglo VII fue invocada la protección de San Sebastián, y desde entonces la Cristiandad ve en él al abogado especial contra esta epidemia. No se sabe con seguridad cuando se introdujo esta festividad en la liturgia cristiana, si bien cabe situarla en torno al siglo IX.
En
España son innumerables los pueblos y ciudades que lo tienen como Patrón, así
como las ermitas y capillas dedicadas en honor suyo, y son muy pocas las
parroquias rurales que no tengan el altar de San Sebastián. También data de muy
antiguo en los anales de la Iglesia el invocar a San Sebastián contra los
enemigos de la religión junto con otros dos santos caballeros, San Mauricio y
San Jorge.
SAN SEBASTIÁN, PATRONO DE EL BOALO
San Sebastián Mártir es desde tiempo
inmemorial Patrono del pueblo de El Boalo. Por ello, la fiesta más solemne y
enraizada en la localidad se celebra el 20 de enero.
No
se sabe con certeza cuando prendió en El Boalo la devoción a este santo mártir,
protector de la peste. En todo caso, la iglesia parroquial del pueblo está
dedicada en su honor y se levantó a comienzos del siglo XVII; cabe pensar, por
tanto, que la devoción de los boaleños por el Santo arranca de un tiempo
anterior. Probablemente, se habría afirmado entre los habitantes del lugar a lo
largo de los siglos XIV y XV.
Tradicionalmente
se ha dicho que la devoción a San Sebastián se introdujo en España en los
primeros siglos de la Alta Edad Media, quizás traída por peregrinos o por los
caballeros franceses que frecuentemente atravesaban los Pirineos para ayudar a
los reinos cristianos en la Reconquista. A lo largo de los siglos XIV y XV,
Europa sufrió un duro azote de peste que diezmó la población y supuso un motivo
de constante temor y preocupación que generó una nueva mentalidad ante la vida
y la muerte. La propagación de la epidemia fue vista por las poblaciones de
entonces como un castigo divino al pecado humano; se consideró que el mejor
modo de aplacar la ira divina era enmendar los errores mortales y volver a
ganarse la gracia de Dios, recurriendo frecuentemente a invocar la protección e
intercesión de los Santos y de la Virgen María. Concretamente, San Sebastián se
configuró como el abogado contra la peste, al que se atribuyen muchos milagros
en este sentido. Roncesvalles fue el paso natural de aquellos peregrinos y
caballeros, por lo que Navarra resultó ser la primera de las tierras españolas
que recogió, por influencia francesa, la invocación a San Sebastián; devoción
que, seguidamente, fue extendiéndose al resto de la España cristiana de la
época.
En
aquel tiempo El Boalo (Bóvalo) formaba parte del recientemente repoblado Real
de Manzanares, dentro de la Corona de Castilla. Entre 1350 y 1369 se vivieron
en la Corona de Castilla años difíciles. La crisis, que se estaba manifestando
desde algún tiempo atrás, alcanzó su culminación con la difusión de la peste
negra, cuyas consecuencias fueron de todo punto nefastas. "Esta fue la
primera et grande pestilencia que es llamada mortandad grande", nos
dice la Crónica de Alfonso XI, la cual añade que desde 1348 dicha epidemia
estaba causando estragos "en las partes de Francia et de Inglaterra, et
de Italia, et aun en Castiella, et en Leon, et en Estremadura, et en otras
partidas". Nos consta que la peste había llegado a Galicia en julio de
1348, pues un documento, fechado el día de Santiago, nos dice que "despoys
de esto...veerá ao mundo tal pestilencia e morte ennas gentes". Casi
por las mismas fechas la peste actuaba en Toledo, en donde murieron varios
miembros de la comunidad judía, como David ben Josef aben Nahmias, del que
leemos en su inscripción funeraria que "sucumbió de la peste, que
sobrevino con impetuosa borrasca y violenta tempestad".
Por
su parte un documento del monasterio de Santa Clara de Villalobos, en tierras
zamoranas, de diciembre de 1348, alude a "la gran mortandad que era
entre las gentes" y otro testimonio de la misma procedencia, de enero
de 1349, pone de manifiesto "la mengua de gientes que non podio aver
para labrar en el dicho monesterio por rrazon de las mortandades e
tribulaçiones que este año que agora pasó fue sobre los omes".
Recordemos,
por otra parte, que la peste acechaba a los combatientes cristianos que se
hallaban en la comarca contigua a la plaza de Gibraltar. El mismo rey de
Castilla, Alfonso XI, "ovo una landre y murió", víctima por lo
tanto de la peste negra.
La
peste negra de 1348, no lo olvidemos, fue definida como la primera mortandad,
lo que pone de manifiesto el enorme impacto que causó entre sus coetáneos. Y
aun hubo en los años siguientes nuevos brotes epidémicos, ya que con una
periodicidad decenal reapareció la peste en la Corona de Castilla (1364, 1374,
¿1383?, 1394), pero tanto el radio de acción sobre el que se proyectaban esas
epidemias como su virulencia eran cada vez menores. De hecho, ninguno de estos
nuevos ramalazos pestilentes alcanzó las dimensiones de la terrorífica peste
del año 1348. La pandemia generó un enorme pesimismo y fatalismo
en la conciencia colectiva (pero ¿cómo hubiera podido ser de otra manera, si la
mitad de la gente que conoces ha muerto y no sabes cómo ni por qué?). Las
representaciones de la muerte en la época abundan, y las obras artísticas son,
en general, siniestras y mórbidas.
Ante semejante calamidad y dolor es muy plausible que los
boaleños también invocasen a San Sebastián, para solicitar su protección ante
la cruel enfermedad que tanta mortandad ocasionaba. Invocación que, por otro
lado, se reconoce ampliamente extendida a toda la vertiente madrileña de la
Sierra de Guadarrama.
La invocación a San Sebastián volverá a ser necesaria en
la segunda mitad del siglo XVI, con motivo de la epidemia de peste bubónica que
tuvo lugar en el año 1599. Nos consta que esta epidemia también afectó a la
Sierra. Se tiene noticia de que en Lozoya el “contagio de secas” acabó
con la vida de doscientas personas.
De ese modo, a finales del siglo XVI nuevamente los
boaleños buscaron la protección del Santo. Y como reconocimiento y desagravio,
para que no se volviese repetir otro azote de peste, hicieron voto de gratitud
a San Sebastián levantando la iglesia parroquial del pueblo, a él dedicada. Los
libros de fábrica recogen la fecha de 1620, por lo que la construcción fue
inmediata a los tiempos de mortandad y tribulaciones pasados por los boaleños,
que vinieron a entronizar expresamente así el patronazgo de San Sebastián.
Iglesia de San Sebastián. El Boalo (restaurada, el Atrio es un añadido reciente) |
La iglesia de San Sebastián ha sido restaurada en diversas ocasiones, incluso modernamente se le ha añadido un atrio que nunca tuvo. De hecho, sufrió graves daños en los primeros meses de la Guerra Civil, en 1936, cuando fue saqueada y convertida en polvorín. Todas sus imágenes fueron robadas; incluyendo objetos de plata que fueron expoliados por agentes de seguridad del Ministerio de la Gobernación.
En España son muy numerosos los pueblos que tienen o han tenido a San Sebastián como Patrono, o que celebran su festividad el 20 de enero. Sólo en la Comunidad de Madrid se pueden citar, además de El Boalo, entre otros los siguientes: Boadilla del Monte, Brunete, Casarrubuelos, Cercedilla, Collado Villalba, Fresnedillas de la Oliva, Lozoya, Meco, Los Molinos, Moralzarzal, Pozuelo de Alarcón, San Lorenzo del Escorial, San Sebastián de los Reyes, Villaviciosa de Odón y Torrejón de la Calzada. Muchas fiestas en honor del Santo han desaparecido por celebrarse en una estación tan desapacible, frío invierno.
Una tradición de El Boalo recuperada
recientemente dentro de la celebración de la festividad de San Sebastián es la
denominada “La Iluminaria”.
Por la noche, se llevaba
gran cantidad de leña a la plaza y se amontonaba para prender una gran fogata:
“La Iluminaria”. Ésta tras ser encendida era rodeada por todos y se bailaba en
torno a ella al compás de la música
Hoy en día, apenas ha variado nada.
Se prende una hoguera o luminaria y en una carpa, montada en la plaza para
resguardar a cubierto los festejos, se sirve a todos los que asisten un
chocolate con leche, animado con anís y las típicas tortas de chicharrones para
combatir los rigores de la fría noche serrana. Luego, todos contemplan el fuego
de la gran pira, alejándose del intenso calor que desprende y de las llamas que
se elevan al cielo entre sonoros chisporroteos, hasta que toda la leña queda
convertida en brasas encima de la capa de tierra que se echa para que el calor
desprendido por la hoguera no dañe el pavimento de la plaza.
La hoguera en honor de San Sebastián
figura también entre las tradiciones de otros pueblos. Así, Moralzarzal
organiza en la noche del 19 de enero su tradicional fiesta local de La
Luminaria, donde los vecinos toman chocolate con churros y bizcochos a la luz y
el calor de una gran fogata. Dice la tradición de La
Luminaria que eran los mozos casados en el año anterior los encargados de
recoger la leña para encender el fuego y que se colocaban cencerros alrededor
de la cintura y corrían por las calles al modo de los encierros taurinos. Luego
cantaban y bailaban alrededor de la fogata y los más atrevidos saltaban por
encima de ella. También se comenta que esta fiesta nocturna en honor a San
Sebastián, se conocía con el nombre de "la noche de los viudos", ya
que había quien aprovechaba el calor del fuego para buscar pareja.
En
Tafalla (Navarra) consta que hacia 1490 se compraban para el día de San
Sebastián abundantes cargas de leña, probablemente para hacer hogueras. En el
citado pueblo navarro las mayores manifestaciones de devoción a San Sebastián
transcurrían durante el día de su festividad, si bien el pueblo comenzaba la
celebración la noche anterior, 19 de enero, guardando vigilia. Esta práctica
piadosa tiene larga tradición cristiana, pues ya Cristo exhorto en los
Evangelios a la vigilia: “Velad, pues, porque no sabéis que día ha de venir
Nuestro Señor”. Por tanto la finalidad última era que el santo al que se
veneraba no encontrara dormidos a sus devotos en el día de la festividad, como
sucedió a las vírgenes necias en la parábola del Evangelio. Y la leña
posiblemente estaría destinada al fuego para proteger del frío a los fieles
durante la noche.
Además
de proteger del frío estos fuegos o “iluminarias” quizás viniesen a recordar la
intercesión del Santo en los tiempos de tribulaciones, con la peste asolando
campos y ciudades, pues es sabido que el fuego se utilizó para purificar el
aire en la creencia antigua de que éste, corrompido, era el portador de la
enfermedad. En este sentido, la
tradición oral ha transmitido hasta nuestros días las duras imágenes del
combate contra la peste que en el cine se recrean, y en las que, con horror,
se ve como en aquellos tiempos aciagos los supervivientes llenaban de fuegos
purificadores el paisaje de la mortandad, con la falsa esperanza de acabar con
la pestilencia.
Buenas compañero de Historias,
ResponderEliminarEn mi blog sobre Historias de Moral, he utilizado tu entrada como fuente y he copiado algunos párrafos:
http://historiasdemoralzarzal.blogspot.com.es/2011/05/la-peste-la-devocion-san-sebastian-y-la.html
Un saludo
Miguel Ángel
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